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Crónicas precarias

Dejadles que se hagan con todos

Tengo que pediros un favor enorme: dejad de decirle a la gente que se tiene que poner a leer en vez de jugar a Pokémon Go. Ese tonillo solemne no va a conseguir que nadie se interese lo más mínimo por la lectura. De hecho, es la fórmula perfecta para que los libros se perciban como un castigo rancio, una imposición pedante, una condena cursi de la que intentar escapar.

Qué casualidad, varios siglos atrás era precisamente la literatura de ficción la que recibía críticas por ser considerada peligrosa e incapaz de elevar el espíritu. Como el cine, la televisión, la música pop, el swing y otros entretenimientos que se tacharon de ridículos o estúpidos cuando nacieron. Cortaos el pelo, yeyés.

Además, la obsesión por fiscalizar los modelos de ocio ajeno os hace parecer prepotentes, aburridos y ligeramente dictadorzuelos. Emanáis superioridad moral por encima de vuestras posibilidades. Costó mucho lograr que el tiempo libre no fuera un derecho exclusivo de unos pocos privilegiados como para que vengáis ahora a sermonear sobre qué hobbies son legítimos. A todo esto ¿tenéis una lista de libros aceptables o mientras sea leer os vale cualquiera?

Por cierto, uno de los aspectos más criticados de Pokémon Go es que los jugadores «buscan animales imaginarios». Llamadme loca, pero diría que la característica principal de los personajes ficticios es precisamente que no existen. Pikachu y Emma Bovary son lo mismo: seres irreales. Sí, he comparado a un mito de la novela decimonónica con un ratón amarillo, podéis rasgaros las vestiduras.

Como lectora empedernida y poseedora de un Bulbasaur nivel 58, os prometo que no son aficiones excluyentes. Funcionan a diferentes niveles y estimulan resortes distintos. Leer es maravilloso, pero debe constituir un placer, no una obligación. Resulta absurdo pretender que dediquemos cada instante de nuestro tiempo libre a Faulkner. Tampoco hablo de obsesionarnos con el juego hasta perder la cabeza o provocar una desgracia, pero todos necesitamos momentos de esparcimiento sin pretensiones intelectuales.

Y no me digáis que Occidente se desmorona «porque la juventud está atontada». Hemos tenido décadas y décadas sin pokémones sueltos por ahí y no es que nos haya ido muy bien. Os estoy hablando a vosotros, generación tapón, que vais de dignos pero en su momento bien que enterrasteis nuestro futuro en promociones urbanísticas. La decadencia de la sociedad no dependerá de una aplicación de realidad aumentada, sino de la bestial pérdida de poder adquisitivo, los contratos basura o las paupérrimas pensiones que nos esperan (si aún queda algo cuando lleguemos). Y de eso Charmander no tiene la culpa.

Nadie sabe cómo va a influir un producto cultural en las inquietudes de cada persona. Quizás alguien se empiece a interesar por los bestiarios medievales que, oh sorpresa, siguen un planteamiento similar a este juego: recopilar animales sorprendentes. O quizás no y simplemente es una forma de evadirse un rato. Vosotros también lo hacéis, todos lo hacemos. Si no, estaríamos aún más majaras de lo que ya estamos.

Claro, la masa idiota siempre son los demás. Todos están aborregados menos vosotros, que habéis visto la luz. El único ocio válido y puro es el vuestro, lo sé. Pero, por un ratito, podríais mandar a vuestro pequeño inquisidor interior de viaje a Siberia y permitir que cada uno disfrute como quiera. Bastantes miserias tiene ya la vida.

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