Imaginemos que estamos en 1996. Un vidente sale por televisión y predice que, en 20 años, habrá atentados yihadistas frecuentes en Francia y Alemania, causando muertes de civiles. La respuesta de la audiencia habría sido de hilaridad. Pues bien, esa ha sido la realidad durante el mes de julio pasado. La pregunta es: ¿cómo enfrentarse eficazmente a ello?

Automáticamente, surgen dos clases de respuestas. Por un lado, la autoritaria sin matices. Es decir, la que buscarían los yihadistas, a partir de un mecanismo de acción-reacción: deportaciones masivas, criminalización del colectivo musulmán? de manera que este vaya engrosando las filas de la radicalidad, en la «guerra contra el infiel».

Por el otro, la buenista. La de prevenir la islamofobia (alentada por populismos de todo tipo), con una actitud paternalista hacia los musulmanes, obviando el miedo de la sociedad ante un terror que actúa en cualquier sitio y sin exigir que los responsables de la comunidad musulmana aíslen a sus elementos radicalizados. No deja de ser paradójico, por ejemplo, que en una ciudad del cambio (Barcelona) se quiera facilitar la construcción de una mezquita, cuando Francia quiere prohibir la financiación de las actividades en muchas de ellas, sospechosas de alentar el yihadismo.

Probablemente, la respuesta inteligente resida en no ceder ante el terror (como ha expresado la canciller Merkel, al rechazar cambiar su política migratoria), combinada con una política ágil en materia de expulsiones de ilegales y un control efectivo de excombatientes en Siria regresados a Europa? sin descuidar que se empiece a instruir a la población con consejos básicos de autoprotección (tal como sucede en Israel, desde hace años). Lo probable, sin embargo, es que no suceda y que los distintos países inclinen la balanza hacia una u otra de las respuestas descritas.

Cómo lo ven

Clarín reseñaba que los últimos hechos violentos desarrollados en Alemania (hasta cuatro, en el plazo de una semana) han aumentado la desconfianza y la crispación social hacia los refugiados. Crecen los temores de que dichos actos, sin conexión aparente entre sí, aumenten la presión sobre el gobierno presidido por la canciller Angela Merkel, para que endurezca su política migratoria. De momento, se ha negado a ello.

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