Hubo un tiempo no muy lejano en España en el que decenas de miles de personas lucharon por traer la democracia a una España sometida al yugo de una dictadura. E incluso otro tiempo más cercano aún en que otra dictadura trató de imponerse en el País Vasco extendiendo para ello el dolor y la muerte a todo el territorio español. Y aunque algunos pretendan que se olvide la lucha de todos aquellos demócratas que no miraron para otro lado durante la dictadura franquista y durante los años del terrorismo de ETA, la importancia y la dignidad de su lucha ha quedado marcada a fuego en la memoria de los españoles. Uno de aquellos luchadores por la libertad, primero contra Franco y después contra ETA, fue José Ramón Recalde, un histórico del socialismo vasco fallecido hace unos días a la edad de 86 años.

Abogado, catedrático de Deusto y ensayista de sólida formación intelectual y cultural, fue detenido por primera vez por la policía franquista en agosto de 1962 -que le sometió a una contundente paliza- y condenado a prisión que cumplió en las cárceles de Martutene y Carabanchel donde aumentó su compromiso con la libertad y la justicia. Estuvo entre los fundadores del Frente de Liberación Popular (FLP), más conocido como Felipe, partido político clandestino formado por estudiantes universitarios con ideario cristiano, la mayoría, que extendió su organización clandestina a buena parte de España en una época en que ser contrario a la dictadura podía significar ser expulsado de la Universidad, ir a la cárcel o morir asesinado como el estudiante de Derecho Enrique Ruano. Cuando regresó la democracia a España, y tras las elecciones autonómicas de 1987, formó parte del Gobierno Vasco como consejero de Educación, Universidades e Investigación y más tarde de Justicia.

En el año 2000 sobrevivió a un atentado terrorista. Recibió un disparo en la cara cuando estaba sentado en su coche al llegar a casa en compañía de su mujer, María Teresa Castells. Quiso asesinar ETA a un luchador por la libertad que se opuso al uso de la violencia como método de respuesta a una dictadura.

En sus interesantes memorias publicadas con el título Fe de vida (Tusquets, 2004), que definió como «memorias desmemoriadas» y publicadas poco después del atentado, Recalde recuperó el tiempo de la clandestinidad que le tocó vivir y los años de la Transición en los que se consiguió devolver la democracia a España con mucha dificultad. En ellas hizo una descripción crítica y sosegada pero al mismo tiempo contundente del nacionalismo vasco que, como mínimo, toleró las acciones de ETA con un lenguaje equidistante y confuso que durante años utilizaron irresponsables como Xabier Arzalluz, Juan José Ibarretxe o José María Setién. Vemos pasar por sus páginas, por su memoria nada desmemoriada en realidad, nombres sobre los que ya hemos leído en otras lecturas. Aparecen, entre otros muchos, Agustín Ibarrola, los hermanos Múgica, Fernando Savater o Nicolás Sartorius. También Luis Martín Santos, escritor y psiquiatra, eternamente joven en las fotografías que dejó antes de morir en 1964 de cuyo rastro también hemos leído en las memorias del psiquiatra Carlos Castilla del Pino o en el interesante Otoño en Madrid hacia 1950 de Juan Benet.

En 1968 María Teresa Castells e Ignacio Latierro, dos luchadores por la libertad de ideas y de pensamiento, fundaron, con el apoyo de Recalde, la conocida librería Lagun de San Sebastián. Lugar de encuentros y de tertulias fue objeto de reiterados ataques durante el franquismo y la Transición por jóvenes cachorros fascistas pero también durante los años de existencia de ETA por delincuentes ultranacionalistas también fascistas. Lagun ha sido en sus más de 40 años de existencia imagen de la lucha vital imperecedera del ser humano por la libertad y por la razón.

Al final de su libro recuerda Recalde a algunos de los amigos que quedaron en el camino: Enrique Casas, Francisco Tomás y Valiente, Fernando Múgica, Fernando Buesa, Ernest Lluch, Juan María Jáuregui y José Luis López Lacalle.

Poco resume mejor el ambiente que había en el País Vasco cuando ETA mataba y ponía bombas mientras una parte de la sociedad vasca miraba para otro lado o se enriquecía gracias a que no había libertad de empresa real y en muchos casos tampoco libertad de movimientos, que la tarde en que el entonces lehendakari Ibarretxe visitó a un José María Recalde con la cara destrozada después del atentado. Uno de sus hijos, Andrés, dijo al lehendakari que no soportaba que cuando invitase a sus amigos al País Vasco tuviera que hacerlo en medio de una opresión claramente visible con amenazas y pintadas a favor de ETA. Ibarretxe, dando por hecho que la familia iba a abandonar el País Vasco, -algo que no ocurrió- respondió: «Mira Andrés, no te lleves esa imagen de nosotros, que aquí, en el País Vasco, se vive muy bien».