Los años, que no pasan en balde, han hecho de mi un abuelo cebolleta. Reconozcamos la realidad, tengamos conciencia de enfermedad que es el primer paso para la curación aunque a estas alturas de la vida, curarme, me importe un huevo y parte del otro. He vivido media vida pendiente de la política -sin militar en partido alguno y siendo funcionario con los cometidos más dispares- me tuve que informar del llamado conflicto vasco y todos sus intríngulis, de los ententes de los nacionalistas y de la falsedad que impera en quienes dicen nunca jamás y eso significa que no hasta que me den la pasta o lo que sea que quiera. Son como las promesas de amor eterno falsas como las monedas de tres euros. Vean si no a unos y otros vendiéndose por puestos en la mesa y por grupos parlamentarios que conllevan una pasta gansa.

A lo que vamos, que no se crean que el título -y se alarmen por él- va de parlamentarios o ministros o conselleres, o gente de alto copete, de la jet set, o de niñas de postín y silicona traficando con farlopa, con costo o caballo en la playa de San Juan. La cosa va, hay que explicarlo, de que le he cogido gusto a no hablar ni escribir de política y pasar página haciéndolo de literatura. Eso le he dicho al director de INFORMACIÓN y ha asentido. Eso sí que es un placer. Coges un libro, te tiras en la tumbona -humilde, de plástico con colchón sintético, nada de algodón egipcio y pluma de oca para estar muellemente recostado- te enchufas un gotero de limonada y que le den por el saco al mundo occidental y al oriental con sus pompas y sus obras, con sus golpes de Estado y sus purgas interesadas, que tú te sumerges en el libro y vives una realidad que es solo tuya, alejado del mundanal ruido y de los palacios de la estupidez en los que, el ochenta por ciento de lo que ves, es falso. Todo postizo, pura fachada y postureo. Rascas un poquito y debajo de la apariencia esplendorosa no hay nada.

Al menos con el libro no te engañas. Es ficción, lo sabes y no te llevas una sorpresa cuando menos lo esperas. Te clavan una navaja trapera en la espalda, te venden por doce monedas o tienes que andar de lado por el pasillo porque andas rozando las paredes, llevas muchas cosas en la cabeza y no todas por dentro.

Me llama mi amigo Manrique Tejada. Me invita a la presentación de un libro en la antigua Casa del Mar. No conozco al autor pero me fío del olfato del juez.

Gildo Casamayor es licenciado en derecho y funcionario de vigilancia aduanera -hay que promocionar a los autores alicantinos-. Ya es raro que, con internet, con el vicio del corta y pega, con los plagios al estilo de la señora Trump, un abogado escriba bien. Es el caso: Gildo ha conseguido armar una novela negra, trepidante, cargada de adrenalina, con acción, tiros y sexo, ingredientes infalibles para no aburrir al lector.

No estamos ante una novela filosófica. No nos planteamos el sentido de la vida, ni los entresijos de las relaciones humanas. No buscamos las trascendencia ni esa gilipollez tan extendida que, en un libro como si fuera la receta de un guiso, pretende dar las claves para ser felices y autorrealizarnos.

Gildo Casamayor en su obra Nani Congo no escribe un diario ni un libro de memorias. Escribe una novela de acción. La historia de un infiltrado en una red importante de narcotráfico que tiene su sede, el centro de negocios desde el que se extiende para ganar todo el dinero posible, en la Costa Blanca.

Hay mujeres de vértigo, macizas y apretadas, despampanantes y complacientes como solo saben serlo quienes acuden presurosas a la llamada del dinero. Hay rusos, chechenos, serbios, ucranianos? todo lo que se ha dado en llamar «mafias del este». Hay coches lujosos y hoteles de ensueño. Signos externos de riqueza que cantan por soleares -la policía no es tonta- cuando el «pringao» que farda de manejar billetes no tiene ni un mísero curro que justifique tanta ostentación. El avaro de Molière no tiene cabida entre los narcos. A miles he conocido y a todos los pierde el ir aplastados por tanto «colorao», el tirar de Ferraris o de Masseratis cuando, de acuerdo con su actividad laboral declarada, a duras penas podrían ir en un simca mil, ese en el que es tan difícil hacer el amor.

Gildo, Nani su alter ego, se infiltra en una red potente de narcos. Angy lo derrite con sus miradas y con algo más tangible. Damien -nombre de lobo estepario de Hermann Hesse- lo coloca en su punto de mira. Ya tenemos los ingredientes para una novela que no plantea problemas existenciales, que nos divierte y nos relaja porque está muy bien escrita.

¿Ganan los buenos al final? No puedo decirlo. Está prohibido destripar libros. Hay que leerlos.