Una de las virtudes que deben tener las sociedades desde el punto de vista colectivo y las personas desde la individualidad de cada uno es la relativa a la puntualidad cuando deben llevar a cabo una actuación concreta. Cada tema, cada actuación en la vida de las sociedades está sujeta a unos plazos y a un tiempo en el que hacerlas, y si se incumplen o se retrasa la adopción de acuerdos o la toma de decisiones resultará peor para la sociedad y para la persona que debe tomar esa decisión, o ejecutar algo en su vida.

Cuántas veces habremos concertado una cita de trabajo o personal y comprobamos con molestia que la persona o personas que debían acudir a la cita, o a la reunión se retrasan, lo que conlleva que quienes habían acudido de forma puntual se sienten como si hubieran perdido el tiempo con la espera, además de menospreciados. Porque no hay nada peor que los retrasos injustificados cuando se debe acudir a una cita o a una reunión. Pero en nuestro país, la puntualidad es una virtud que pocos tienen. De suyo, es uno de los mayores defectos que tienen las personas y que supone una auténtica falta de respeto a la persona o personas con las que se había concertado la cita. Porque luego vienen las excusas. Que si esto, que si lo otro, que si lo de más allá. Porque, eso sí, somos auténticos profesionales en esto de las excusas para llegar tarde, existiendo «culpables» ya tradicionales destacando el tráfico de coches como el más socorrido. Así, solemos alegar que si no encontraba aparcamiento, que si había una cola en la carretera, un accidente, tráfico denso en las calles, etcétera. Pero para resolverlos hay que aplicar la teoría de la previsibilidad de los acontecimientos, es decir, que si hay que acudir a un sitio es preciso tener en cuenta todos los eventos negativos posibles que puedan dar lugar a que fallemos en nuestra cita en el tiempo, a fin de evitar ese retraso, porque tráfico siempre existe y problemas para aparcar también. Lo que ocurre es que vamos agotando al máximo el tiempo para hacer todo lo que cada uno tiene pendiente y al final los retrasos se producen. Al punto de que ello también ocurre, incluso, cuando se debe hacer un viaje, pero con la desagradable circunstancia de que los aviones, los trenes, o los autobuses no esperan como las personas. Por ello, quizás, aquí los retrasos son menos, pero los hay y cuántas veces hemos visto personas llegar con la «lengua fuera» a coger un medio de transporte y hasta perderlo.

Por otro lado, también se incumplen con frecuencia los plazos para hacer las cosas, lo que va íntimamente unido a lo anterior y forman parte del mismo grupo de incumplimientos, porque si algo debe hacerse dentro de unos márgenes de tiempo cualquier retraso que se produzca en la ejecución de medidas, la adopción de acuerdos, o la toma de decisiones va provocando una serie de daños y perjuicios que puede que no los veamos o podamos sentir físicamente, pero que están ahí y se producen en la realidad aunque no los podamos constatar. Pero en la vida, en la empresa, en la política, o en cualquiera de nuestras actividades personales y laborales los retrasos en la toma de decisiones conllevan siempre daños colaterales, aunque también directos, que por imperceptibles físicamente no quiere decir que no se produzcan. Se producen y de forma más grave cada vez conforme pasan los días. Lo que ocurre es que esa falta de reflejo externo que podamos tocar físicamente nos hace creer que, en realidad, esos daños y perjuicios no se producen y que podemos seguir esperando más todavía. Incluso, algunos no llegan a tomar nunca ningún acuerdo o decisión e incumplen los plazos de forma sistemática pensando que «ya saldrá el sol por algún sitio». Pero sin darse cuenta que una cosa es que salga el sol y otra que aparezca la luz, lo que indudablemente no es lo mismo. Porque el sol puede quemar, pero a la luz no todos llegan. Y la luz tampoco todos la pueden ver. La luz solo se ve si se es puntual, si se cumplen los plazos y si se toman decisiones o acuerdos. Si nada de eso se hace en lugar de la luz lo que hay es oscuridad. El problema es que llegue un momento en el que no podamos ni encender el interruptor para ver la luz.