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Tomás Mayoral

El Barrio y la juerga perpetua

Las zonas turísticas siempre padecen la misma esquizofrenia. Los que están de vacaciones son proclives al exceso y al desmadre al que invita la excepcionalidad del momento. Sin embargo, los que no estamos de paso vemos las cosas de otra manera. Para unos sus jornadas son únicas y apuradas hasta la última gota, con barra libre en todos los sentidos. Para los otros, los días son las mismas piezas del puzzle de la vida que se cuentan uno detrás de otro, con su mañana que empieza pronto, su mediodía que empieza tarde, con su tarde que empieza tardísimo y con su noche que empieza... cuando los que están de paso nos dejan.

Si has vivido en el centro de Alicante, especialmente en el Barrio, el precio de esa esquizofrenia es algo que empiezas a pagar enseguida, en forma de horas de sueño. El ruido es un indicador claro de quién está en una situación o en otra. Quién vive a pleno pulmón y quién sobrevive en vela perpetua mientras fuera arrecia la juerga.

Es mentira que los españoles seamos ruidosos. O, para ser más precisos, los únicos ruidosos o los más ruidosos de esta Europa en desintegración. Doy fe, no notarial pero fe, de que esos circunspectos europeos que, en horas de oficina, no levantarían en su país la voz ni un decibelio por encima de lo que aconsejan las buenas costumbres y que afearían con desdén a cualquier foráneo una leve salida de tono acústica, que aquí, a las cinco de la mañana de un día de mayo, junio o septiembre (de julio y agosto no hablo, porque para qué) están liándola parda a gritos a las cinco de la mañana en la puerta de la Concatedral sin asomo alguno de preocupación por los pobres que, tras las ventanas, miran al techo y cuentan ovejas por millones. No hablo en este caso de nuestros entrañables Erasmus. Hablo de señoras y señores de edad madura, de probos operarios, oficinistas o tenderos alemanes, franceses, belgas, rusos, italianos y, por supuesto, británicos. Ahora que el Ayuntamiento se plantea cerrar el grifo de los locales nocturnos en el centro tradicional y en el Barrio y se prepara un mapa del ruido, sería bueno, como medida disuasoria adicional, poner un cartel de unos 300 metros de largo en la salida del aeropuerto que recordara a nuestros ilustres visitantes que aquí, en esta tierra de toros y fanfarria, también tenemos el mal hábito de dormir como acostumbran en las tierras ricas de Europa. Una cierta vigilancia policial para evitar el desmadre también ayudaría. Pero entiendo, resignado, que todo no puede ser.

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