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El juego secreto

A ocho días del final de curso surge en la clase de cinco años un suceso grupal que vale la pena comentar. El padre de uno de los niños me cuenta que su hijo le ha dicho que los chicos tienen un juego secreto en el patio, y que lo hacen escondidos para que no los vean las profesoras. El juego consiste en «ver quién es el que aguanta más puñetazos» Me pongo a hacer averiguaciones y, con la mayor privacidad que puedo, llamo de uno en uno a los chicos para hablar del asunto.

Empiezo explicando más o menos lo mismo a cada uno, y luego me adapto a sus respuestas para ir intentando saber si es cierto lo del juego, en qué consiste, quiénes participan, quién lo inventó y qué opinan sobre él. Según lo que me dicen, veo que todos reconocen que el juego se está dando, menos dos niños que dicen que «no saben nada». Veo también que no hay unos niños que peguen y otros que se dejen pegar, sino que todos hacen las dos cosas, y que casi siempre pelean en parejas. Cada cual nombra a los participantes, que vienen a ser todos, aunque no en la misma frecuencia, ni grado de implicación. Sobre la autoría del invento hay tres candidatos, que, curiosamente, «no se acuerdan» de quién inventó el juego.

Un niño opina que el juego «es divertido», otro que «a todos les gusta pelear» y los demás dicen que es un juego «malo». Uno aprovecha para plantear sus quejas: «Él me pegó muy fuerte, pero no por el juego, sino porque se había enfadado antes» Y otros dos no abren la boca, sólo repiten: «Yo no sé», o «No he visto nada», (aunque los demás les sitúan metidos en el juego). Las actitudes de los niños al contestar mis preguntas oscilaban entre la negación, la vergüenza, la adulación y la culpa.

Al final de cada conversación particular les he dicho mi opinión sobre el juego: que se podían hacer daño, que estaban haciendo lo que no debían (pegar), que pretendían engañar a las maestras (escondiéndose), que se ponían nerviosos y que podían acostumbrarse a pegar y a dejarse pegar, cosa que no les convenía nada. Y desde ese momento, el juego ha quedado prohibido.

Este grupo es fuerte y competitivo, varios tienen hermanos mayores, les gusta medirse y confrontarse, por eso si alguien propone un juego que recoge el deseo del grupo? se meten todos a ello ni más contentos. El juego tiene, además, un punto de riesgo y transgresión a las normas. Ellos saben que está mal pegarse, que no dejamos que lo hagan, por tanto el juego se hace clandestinamente. Y esto también satisface a este grupo que va por el borde de las normas, que se percibe potente, y que se crece siempre que puede.

O sea, que en el juego hay componentes muy atractivos para estos niños: competición, transgresión, secreto, reto al adulto, fuerte sensación de pertenencia al grupo, además de un mantenimiento de los papeles habituales: los que inventan y mandan en el juego (y en los compañeros), y los que les siguen. Aunque a la vez genera en ellos: una excesiva excitación, que se habitúen a pegar y a aguantar golpes como si eso no tuviera importancia, que se perpetúen los papeles fijos, que les guste en demasía la transgresión y el dominio, que el retar al adulto se convierta en meta (al menos para algunos), que eso provoque una descolocación de su lugar de niños, que los conflictos no resueltos entre ellos vayan a parar ahí y se solventen descontroladamente?

En la clase hubo una explicación a lo ocurrido para que las chicas se enteraran, y para que los chicos escucharan «el resultado» de mis indagaciones, con el correspondiente destape del secreto del juego y mi firme petición de claridad en su actuar. Y también para que todo el grupo viera que los padres y las maestras estábamos comunicados, y que no queríamos que estas cosas volvieran a ocurrir. Creo que ha sido bueno este desenmascaramiento, por mucho que haya cargado de tarea y tensiones el final de curso. En el trajín de estos días he podido observar, intervenir, debatir con las compañeras y con las familias, y poner palabras y ley a la clandestinidad atrevida de mis alumnos.

Ojalá podamos transmitirles entre todos que lo pasarán mejor si se dedican a jugar abiertamente sin estos alardes de reto, de violencia y de afirmación más propia de adolescentes que de niños pequeños. Ojalá podamos ayudarlos a vivir su momento sin quemar etapas innecesariamente. Ojalá podamos envolverlos de respeto para que interioricen un modo de relacionarse desde la consideración a los demás. Tendremos que echarle implicación y fuerza, pero no podemos mirar hacia otro lado.

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