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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

César y el lobo

El victimismo provincianista y el relato de Pedro y el Lobo se parecen en que los pastores acuden a las cuatro primeras llamadas enarbolando los palos y las picas , pero a la quinta contesta Rita por mucho que el cánido se esté comiendo hasta la última oveja. A la voz de «Valencia nos esquilma, ciudadanos tomemos las armas», son unos cuantos los que han prosperado en estas tierras del sur, al fin y al cabo el cuento no deja de ser verdad, pero ya se ha contado tantas veces al calor de las hogueras de los ovejeros, que, por repetitivo, deja de ser eficaz. César y el Lobo merecería una ópera de Prokofiev si no fuera porque ya sabemos de memoria el argumento y los recitativos. Obviamente la Diputación: el último bastión pepero de la Comunidad, necesita agitar a sus masas y no le negaré yo que de Dénia para arriba -o incluso un poco más abajo- lo de Alicante se vea como más de lo mismo y haya barra libre, descontando que se haga lo que se haga la provincia se sentirá agraviada.

El difícil equilibrio de la discriminación siempre va de arriba abajo: el que está en la cima de la pirámide va discriminando al que se encuentra en el siguiente escalón, y éste al otro hasta acabar en el ciudadano, postergado por todos. ¿Quiero decir que nos olvidemos del victimismo? Pues, para nada, los datos son tozudos, pero el argumento de que todos debemos ir a una como una piña se resiente del hecho de que si Alicante está subyugado por Valencia, Elche siente que lo está por Alicante y Crevillente por Elche; y Dénia está olvidado por todos y Villena ni les cuento, y ¿qué me dicen de la Vega Baja o L'Alcoià? ¿Existe la provincia de Alicante? Me gustaría creer que sí, pero tampoco quiero confundir mis deseos con la realidad.

Pero hay cosas peores que agitar el espantajo de la provincia desde la Diputación, lo que ahora he oído llamar el «Gobierno Provincial», sin duda para darle más caché y evitar las connotaciones clientelistas que la corporación arrastra. El discurso ético de César Sánchez que tanta expectación provocó en sus filas se está desmoronando. Ya sé que la ética en política es como la continencia en un festín de caníbales, pero esperaba que con lo que ha llovido se guardaran un poco más las formas y un tipo que se lleva el escaño al mejor postor nunca puede justificarse como César S. está haciendo. En su propio interés, claro.

Para los tránsfugas debería recuperarse la vieja tradición islámica, que no en vano estuvieron ocho siglos por estas tierras y parece que se nos haya olvidado, cuando somos un producto más bien mestizo y mucho menos alejado de Europa de lo que nos gustaría: habría que resucitar el castigo de cortarles la mano derecha.

No es capricho, y lo argumento: un tránsfuga es un ladrón de escaños cuyo fin último en el noventa y ocho por ciento de las ocasiones es seguir y seguir a espaldas de los partidos que les designaron y que luego se los quieren quitar de en medio por corrupción o por otras mil razones. Un ladrón tiene por oficio robar y, a menudo, si las cuentas están ajustadas, tienen en ese escaño robado la llave para dar apariencia de respetabilidad y legitimidad a un pacto de gobierno. Hay mil ejemplos de ladrones de escaños y ninguno fue gratuito hasta tal punto que alguno sigue cobrando de antiguos latrocinios que dieron la llave del paraíso a quienes luego se recubrieron de la pátina de la moral olvidando cómo accedieron al poder. ¿Esperanza? ¿Eduardo? ¿Se acuerdan?

Propongo pues que, como a todo ladrón pillado «in fraganti», al tránsfuga le sea amputada la mano diestra, a poder ser con un alfanje y en la plaza pública, retransmitido, para mayor escarnio, por Canal Nou (¿Ha desaparecido? ¿Lo han resucitado? Me lío). La política ganaría en limpieza con esta fórmula, visto que los pactos entre partidos sólo sirven para criticar lo que los otros hacen y hacerlo nosotros cuando nos viene bien.

Estar en manos de los tránsfugas no deja de ser semejante a ceder al chantaje de los extorsionadores, porque sus exigencias nunca acaban: hoy será un carguito para el coleguita y mañana la llave de la caja fuerte. Puede que César, que avisaba de que venía el lobo valenciano, acabe siendo devorado por el lobo exciudadano. Algunos pensarán que no deja de ser justicia poética, pero es una lástima que a las primeras de cambio el fin justifique los medios por muy nauseabundos que sean.

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