Dentro de las muchas maldades en las que estamos comprometidos los españoles una es lo del déficit. Ese esperpéntico asunto del que no hay quien se libre y que nos produce un gran desasosiego; incluso, hasta a los que miramos con lupa cada céntimo que gastamos con la lógica administrativa de la «cuenta de la vieja», táctica aprendida de nuestros antepasados que nos enseñaron a estirar del dinero como si de despellejar al conejo para guisarlo se tratara.

Pero,... ¡qué va!, no nos valen coplas. Los españoles somos productores compulsivos de déficit. Por eso, cuando el socorrido José Luis Rodríguez Zapatero cosechó aquella incalculable cantidad de esperpento deficitario, ¿qué ocurrió?, pues que como los españoles habían producido aquel enorme agujero, propiciaron y proveyeron una montonada de millones y... ¿a quién se lo dieron? Pues a los bancos. Los españoles hicieron el déficit y los bancos y/o cajas los recibieron y administraron -volviendo a pagar los españoles-. Y sucedió lo que escuché en una frase a Los Morancos en uno de sus espectáculos: «Que así al menos, habría dinero para un rato».

Después de aquello el Gobierno sustituto empezó a crear «empleícos de a perra gorda» y, claro, continuó un déficit ahora con sordina y casi silencioso. Así, al final de la última legislatura el déficit tan denostado por los salvadores volvió a producirse y entonces Europa, en un rasgo de justicia (pero no por su casa) nos planteó una sanción de 2.200 millones de euros -«calderilla», que dirían ellos- pero, eso sí, el señor ministro del ramo piensa y nos dice que, seguramente, esa sanción nos la quitarán, que no es lo mismo un déficit del mindundi de Zapatero que el de unos señores creadores de «trabajicos de a real», de incontables presuntos imputados y de ayuntamientos y otros organismos registrados. Pero, eso sí, casi todos nombrados por ellos porque estos sí que tienen todos los derechos; mientras, el resto de los españoles sólo tenemos el de pagar desmanes. Desde Europa se ríen de nosotros pero nos cobran, nos dan consejos y nos siguen cobrando y hasta Obama nos hace una visita relámpago y nos da? solo un consejo: «¡Españooooles, no consintaaaais que os rooooben, trabaaaajar y entendeeeeros!», dejándonos solo el eco de su voz y desde Rota nos da un: «¡Hasta nunca!».

Termino amables lectores con la siguiente reflexión: Muchos españoles, yo al menos, me siento con eso de la sanción europea como aquel presidente y vecino de una comunidad al que le ponen una sanción de trafico y carga su importe al fondo de la comunidad y cuando le recriminan tal acto responde: «Señores, he hecho un pliego de descargo, creo que me quitaran la multa, pero han de tener en cuenta que la sanción me la pusieron cuando venía a esta reunión; o sea, a cumplir con mi obligación, por lo tanto la sanción es de todos».