El aeropuerto de Alicante es el único de su categoría sin tener conexión ferroviaria; bueno, ¿y qué? También ha estado Benidorm, con más camas hoteleras que toda Grecia sin estación de autobuses hasta hace dos días y miren ustedes cómo ha sido el parto y las condiciones en las que sigue la criatura.

Tampoco es que sea el único tren que hayamos perdido, la lista es interminable: parque tecnológico, entidades financieras; aunque lo peor tal vez fuera que se nos tomara por imbéciles cuando una ministra, oriunda de Benidorm para más señas, se dejara caer en vísperas de unas elecciones para prometer una lanzadera con el AVE a la sufrida capital turística, cuando todos consideraban las elecciones perdidas por goleada, la primera Pajín, que a juzgar por lo que tardó en salir escopeteada tras la debacle, a buen seguro tenía ya preparado paracaídas y lugar de aterrizaje cuando nos pretendía «vender la moto», que de casta le viene al perro.

Seria injusto, sin embargo, atribuir la culpa en exclusiva a nuestros representantes políticos, miren si no el cuadro que pinta Juan R. Gil de nuestras respetables organizaciones empresariales tan dadas a poner la mano y mirar hacia otro lado hasta no hace mucho, desmanteladas y a la greña; o el estado en que se encuentran los grupos de oposición, algunos fosilizados en este estado y los que iban a comerse el mundo en su afán regenerador enterrados en un Sepulcre que ya nadie se molesta en blanquear.

Las escasas esperanzas que incautamente pudiéramos haber albergado con el cambio de inquilinos en el Palau de la Generalitat se han desvanecido rápidamente entre nosotros con la entronización de Cesar Sánchez en una suerte de «virrey del Benacantil», dispuesto siempre a lanzarle a Ximo Puig lo primero que encuentra a mano, haciendo de la Diputación Provincial una especie de reservorio donde admirar las mejores esencias de las trapacerías que los populares han perfeccionado hasta lo sublime en sus largos años de gobierno: sueldos destarifados, transfugismo, nepotismo y siempre bajo el lema de la casa: «quien parte y reparte...».

Difícil se lo ponen a los ilusos que aún se atreven a defender el papel de estas venerables instituciones decimonónicas; pero hasta que llegue su final, que tarde o temprano habrá de llegar, si de lo que se trata es de dar una «solución ocupacional» a aquellos que de uno u otro signo la parasitan, se podría optar tal vez por una salida intermedia, porque hay que ser constructivo y convertirlas en una especie de parque temático donde las futuras generaciones puedan admirar los teje manejes que nos han llevado a todos al estado de postración en que nos encontramos. En la de Alicante, por ejemplo, Echávarri podría tener un papel estelar como artista invitado y Agustín Navarro, por fin, su anhelado minuto de gloria. A Zaplana como mínimo habría que dedicarle alguna gran atracción de cara a Serra Cortina una suerte de «Magnus Recalificator».

Y mientras las vemos venir, a los ciudadanos de a pie, con o sin carné del PSOE, siempre nos quedará Compromís, al parecer los únicos que hasta la fecha no han perdido «el Oremus» y parecen saber lo que se traen entre manos. Después vendrán los llantos y el crujir de dientes, las caras de Encarna Llinares y Erick Campos, al conocer los resultados electorales, eran todo un poema.