La reflexión sobre la relación distancia tiempo es necesaria si asumimos los cambios que induce en el territorio y la ciudad. ¿Medimos en distancia o en tiempo? ¿Nuestras decisiones se vinculan al tiempo a emplear o a la distancia a recorrer? ¿Es necesario el espacio en nuestras relaciones?

La revolución industrial supuso un avance extraordinario al crear máquinas que aumentaban la distancia, la velocidad y los volúmenes de materias y personas a desplazar, y propició un cambio radical entre las ciudades, que dejaban de ser núcleos más o menos estancos en el territorio, unidos por unas vías rudimentarias de transporte, y pasaban a convertirse en nodos de una red con relaciones diferentes y complejas. Las redes de transporte hicieron crecer las ciudades bajo su influencia y trazado, alterando el equilibrio rural alcanzado, y el territorio sufrió un cambio drástico después de un periodo largo de evolución lenta.

El vehículo privado, el coche, favoreció un nuevo cambio radical en las relaciones territoriales. El automóvil incluía novedades: el carácter individual o familiar y una variable esencial, la decisión del destino, se acababa de socializar el transporte individual. Todos los ciudadanos querían tener su vehículo, su oportunidad de moverse libremente, en tiempo, distancia y destino, dentro del territorio. El trabajo, el ocio y la residencia ya no tenían que coincidir necesariamente en el mismo lugar, lo que permitió que los habitantes se volvieran a disolver en el territorio, en ciudades menores o en masivas extensiones monofuncionales de nueva creación. Además, la ciudad tradicional, que no estaba preparada para asumir esos nuevos artefactos, se llenó de coches, la velocidad de las actividades cambió y los espacios de relación se redujeron hasta la mínima expresión, deslumbrados por la libertad individual del movimiento. El espacio público emprendió un proceso de degradación que llega hasta nuestros días.

El avión, y el coste de los vuelos, han permitido para una gran cantidad de población aumentar las distancias, acercando a un precio asequible lugares remotos hasta ahora inaccesibles. De nuevo los límites se vuelven a abrir y la medida cambia de naturaleza, la referencia ahora vuelve a ser el tiempo, las horas de vuelo.

Asistimos ahora a la disolución del espacio en las relaciones ciudadanas. Hasta ahora la lógica había sido la de aumentar la distancia, reducir el tiempo y favorecer la decisión personal, pero la presencia física era un hecho incuestionable. Los nuevos avances tecnológicos han reducido la distancia a cero, el tiempo al instante y las posibilidades de relación son ilimitadas. Hoy en día podemos relacionarnos visual e instantáneamente cuando queramos, con alguien que está en cualquier lugar del mundo a través de una pequeña webcam, sin más acuerdo que el alcanzado con la otra persona. Distancia y tiempo se han minimizado, la inmediatez es esencial. En este tipo de relaciones lo importante no es la presencia sino la posibilidad de comunicación.

Esa transformación ha alcanzado cotas significativas en los últimos años y ha modificado la relación entre el ciudadano y el resto del mundo, al favorecer nuevas posibilidades laborales a distancia, formas de recibir información y entretenimiento a través de nuevos modos diferidos de televisión, radio o cine, la oportunidad de participar en redes sociales de escala mundial, o el desarrollo de gestiones cotidianas como las vinculadas a las compras o la administración. Para muchas cosas ya no es necesario ni ir a los lugares, ni estar en un lugar preciso en un momento concreto. Las relaciones urbanas han cambiado, y el concepto de ciudad evoluciona. Habría que repensar las ciudades: ¿qué es hoy en día una ciudad?, un núcleo urbano, un conjunto de núcleos, un sistema de relaciones entre ciudadanos. Los avances tecnológicos favorecen la comunicación y las relaciones entre personas, buscan acercarlas, pero también han propiciado alejamientos físicos y espaciales. Cuesta más encontrarse con personas, y los lugares de encuentro cada vez están más vacíos. Las llamadas telefónicas se sustituyen por textos a través de Whatsapp o Facebook. El contacto ya no es físico, ni siquiera sonoro.

En paralelo, se observa una revalorización de espacios físicos para actividades en las que el encuentro personal es insustituible. El ocio colectivo y la protesta encuentran en el espacio público su medio natural. Se reclaman espacios para realizar actividades de ocio y recreo al aire libre y la lucha por recuperar el terreno robado por los coches es incesante. Las últimas manifestaciones sociales de protesta en el mundo, desde El Cairo hasta Nueva York, son ejemplos de la necesidad del espacio público para transformar los actos individuales en colectivos.

La necesidad de la convivencia entre espacio real y virtual cada vez se hace más patente y nuestra reflexión sobre la ciudad y los ciudadanos debe ir por ese camino, las tecnologías están obligadas a facilitarnos las cosas comunes pero las relaciones interpersonales han de ser tangibles y el espacio ha de estar disponible en cantidad y calidad. Verse, tocarse y estar junto a la gente es esencial, al menos si queremos seguir siendo ese animal público que todos llevamos dentro.