Algunos medios de comunicación y muchos ciudadanos, incluso los versados en la materia, no dejan de repetir machaconamente que el PP ha ganado las pasadas elecciones. Canción del verano cuya pegadiza letra es que la implementación de cualquier gobierno ha de pasar por Mariano Rajoy. Nada más lejos de la realidad: los principales centros de poder real, aquellos que buscaban «corregir» los resultados del 20D, fracasaron el 26J.

Otra cosa es interpretar por qué muchos se lo creen. Están aquellos que justifican tal creencia por motivos que tienen que ver con los genes y/o por la dificultad de discernir planteamientos alternativos propios. Están aquellos donde tal creencia tiene que ver con la intermediación de mecanismos relacionados con la servidumbre voluntaria, la nula percepción del riesgo y la disonancia cognitiva. Y algunos otros cuya creencia descansa en el pan y circo, la expectativa generada por el beneficio privado que supone pertenecer -incluso les sirve el intento o la esperanza- a determinadas redes clientelares y finalmente a la respuesta al miedo generado por aquellos a quienes votan.

El PP se lo cree, o aparenta creérselo, y aparece ante ojos propios y ajenos como ganador del 26J simplemente porque votarles es un buen negocio. No se explica de otra forma que el líder de este partido fuese, al mismo tiempo, el peor valorado por los ciudadanos en las encuestas preelectorales y luego el más votado. O sí se explica y el resumen pasa por considerar presumiblemente al PP como una asociación para capturar rentas del Estado para posteriormente repartirlas entre sus clientes.

Por otro lado, algunos pensamos que los resultados del 26J vienen determinados por el triunfo de una mayoría social que está en contra de los recortes y que decididamente apuesta por la regeneración democrática. Este es, y será a partir de ahora, el verdadero protagonista de la política nacional. Es esta una lectura en contra de la austeridad impuesta al 90% de la ciudadanía, la del inexorable retroceso del PP y de sus patronos europeos. Una lectura que orienta su rostro a favor del ciudadano y la regeneración democrática y en contra de los recortes y que supuso el apoyo de 15 millones de electores (un 63,1% de los votos).

El PP no puede ni debe ocultar -pese a los 690.000 votos recuperados respecto al 20D- los 2,9 millones de votos perdidos respecto a las generales de 2011. Tras el 26J su suelo electoral -antes situado en casi 10 millones de votos- ha descendido a solo 7 u 8 millones. Con menos de un tercio de los votos, y solo un 22,5% del censo, los 137 diputados obtenidos por el PP suponen una base electoral tan débil que no se puede argumentar su querencia por formar gobierno ni siquiera sobre la base de un posible pacto de estabilidad nacional. Dicho pacto, con sus abstenciones y sus recelos tendría, a muy corto plazo, los días contados. Y la gran mayoría de ciudadanos también.

Se comprende, por clara y diáfana, que la alternativa política principal de los auténticos centros de poder (Troika y financiero) sea la de intentar imponer un nuevo gobierno del PP, les va en ello su futuro, sus sillones y sus sueldos, pero para esto se necesitaría el respaldo o la abstención de PSOE y Ciudadanos. De esta forma se garantizaría la ejecución de los «compromisos internacionales» adquiridos por el presidente en funciones. Ya saben ustedes que la UE exige un nuevo paquete de recortes (inmediato de 8.000 millones, y en dos o tres años de 23.700 millones) para cumplir con los objetivos de reducción del déficit.

Dejar a Rajoy intentar formar gobierno, cuando se sabe que no lo va a conseguir, podría pasar por determinadas estrategias que tienen que ver con el ridículo ajeno, la pantomima y el circo antes aludido, a sabiendas de que la ciudadanía ha optado por otro tipo de mayorías. También por la seguridad y tranquilidad que te da el que te consideren oposición en unos momentos en los que la recuperación económica se vende asociada al cumplimiento prioritario de nuestros compromisos más allá de nuestras fronteras y que, gobierne quien gobierne, representará un yugo difícil de explicar. Compromisos que, en estos momentos, pasan por convertir en estructural el grado de saqueo y expolio mediante la reforma laboral, la bajada de sueldos y el hachazo a la caja de las pensiones públicas, entre otros.

En mi opinión no queda demasiado tiempo para que los actores secundarios sean desplazados por los auténticos protagonistas de la función patria. PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos, de entrada, están tardando demasiado en pactar. Ellos son, si no nos han engañado, los que representan la gran coalición anti recortes que necesita España y que debe posicionarse en contra del PP. El público, que ya intuye el final, empieza a cansarse.

Mi más sentido pésame a la familia de Juan Peña «El Lebrijano».