Aparentemente, detenernos a analizar las sensaciones humanas, diferenciando entre sentimientos, emociones o pasiones podría parecer trivial. Se trata, al fin y al cabo, de aspectos a los que muchas personas no prestan demasiada atención, por estar centrados en otros aspectos más racionales de la vida. Sin embargo, mirado con detenimiento, nuestra vivencia emocional es quizá, una de nuestras mayores riquezas.

Comencemos por decir que, ya a principios del siglo XX, el psicólogo francés Théodule-Armand Ribot, distinguía entre emoción y pasión, afirmando que la primera se inicia bruscamente, generando una ruptura del equilibrio en el sujeto. Tanto nuestros instintos egoístas (miedo, cólera, alegría) o altruistas (piedad, ternura, etc.) surgen de forma confusa desde nuestro inconsciente. Así la cólera o el enamoramiento, son emociones intensas y breves. La pasión, en cambio, se manifiesta de manera diferente. En ella predomina el componente intelectual, según el autor. Se trata de una emoción prolongada e intelectualizada por lo que, en el fondo, ambas variedades son opuestas.

Sin embargo, existen patologías que merman nuestra habilidad para experimentar sensaciones. De hecho, los estudios dicen que una de cada siete personas es incapaz de identificar sus propias emociones y, por lo tanto, de nombrarlas. A este trastorno neurológico se le llama alexitimia. La anhedonia, por su parte, es la incapacidad para experimentar placer. Caracteriza a personas que han perdido su interés o su satisfacción por todo aquello de lo que antes disfrutaban. Este síntoma suele acompañar a las depresiones, y su tasa de prevalencia en la población es del 15%.

Profundizando más en este asunto, encontramos un interesante estudio acerca de las pasiones dominantes en el ser humano, llamado Eneagrama, de creciente interés para algunos psicoterapeutas, y que clasifica a las personas en nueve categorías según la pasión que las gobierna. Así encontramos el tipo 1, al que llaman «El iracundo», incluyéndose aquí a las personas muy perfeccionistas. El segundo tipo se denomina «El orgulloso» y define a sujetos altruistas y colaboradores, algo histriónicos, que pretenden ser el centro de atención. «El vanidoso» conformaría el tipo 3. Un luchador y triunfador, en permanente búsqueda de aprobación. El tipo 4 es «El envidioso», caracterizado por una melancolía e insatisfacción permanentes. El 5 «El avaro», quien presenta un falso desapego, limita la expresión de sus emociones al mínimo, así como sus relaciones sociales? Etc.

Esperamos que estos breves esbozos sirvan al lector para despertar su interés por un estudio algo más cuidadoso de su mundo emocional, lo que le conducirá seguramente a ser un poco más dueño de sí mismo.