El cruel atentado en Niza reabre todas las polémicas posibles. Se habla de una mayor coordinación europea, de una educación que se base en la convivencia fraternal, de un mayor control por parte de los servicios de seguridad y de la eficacia o no de bombardear en el territorio del denominado Estado Islámico. La segunda invasión de Irak, comandada por tres líderes, uno de ellos Aznar, que nada tiene que decir, fue abrir una caja de Pandora.

Bombardear o no no debería ser la polémica, de lo que se trata en dónde y para qué. En televisión se ven imágenes, poco divulgadas, de un lugar donde están estacionados docenas de camiones que son utilizados para transportar petróleo que financian las actividades terroristas. Estos vehículos deberían ser bombardeados y de paso investigar quién se los venden. Bombardear los pozos petrolíferos de los terroristas aunque dañen el medio ambiente, los puentes y carreteras por donde se desplazan. Desgraciadamente suele suceder que las bombas caen sobre la población civil y sobre combatientes que luchan contra el régimen sirio. Para el gobierno turco su enemigo fundamental son los kurdos, un pueblo que hace siglos pretende constituir un Estado independiente; actualmente los kurdos sobreviven con dificultad en cinco países diferentes. En cuanto a Irak una zona de su territorio ya está controlada por los kurdos en donde no faltan los pozos petrolíferos.

La crisis que está devastando la región no tiene una causa religiosa. Las creencias religiosas y el nacionalismo son manipulados con habilidad ocultando intereses económicos y geopolíticos. La masacre en Niza nos debería recordar que este tipo de masacres suceden casi a diario en la región y que sus víctimas son musulmanes. Se hacen merecidos minutos de silencio en homenaje a las víctimas pero por ejemplo, el mundo del fútbol, nada dice cuando el EI decapita a cuatro jugadores de fútbol sirios. El terror no es «una locura», es una estrategia minuciosamente calculada: favorece el extremismo, en los dos mundos. Cuánto más rechazo contra los musulmanes en Europa más fácil lo tienen los terroristas. Que soldados patrullen las calles da a la opinión pública una sensación de seguridad que es falsa. Los servicios de seguridad, democráticamente, y respetando los derechos fundamentales de los sospechosos, deben detectar quiénes están dispuestos a inmolarse y al mismo tiempo, coordinarse con la comunidad musulmana, que sabe que el terrorismo la perjudica.