Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arturo Ruiz

Contra la desmemoria

En verano hay fiestas en pueblos de todo el país. Ha sido así casi durante siglos. ¿Cómo serían las de hace justo 80 años? Cuenta la profesora Teresa Ballester que en las de Pedreguer, que rondan por el 18 de julio, en aquel verano del 36 los quintos pasaron en unas horas del jolgorio resacoso a alistarse en milicias. Para los chavales que han celebrado estas fiestas de 2016 sería inimaginable correr a empuñar ahora un arma en medio del caos de un mundo roto por una sublevación militar, como le sucedió a sus bisabuelos. Por eso no conviene olvidar nunca.

Hasta hace poco este era un país calado por la desmemoria. Se había erigido un muro entre vencedores y vencidos cimentado de silencio. En muchas casas, durante años y generaciones no se habló de la guerra. Sucesos terribles se silenciaron para siempre, nombres y apellidos fueron borrados de la historia sin recuerdos ni lápidas. Las dos españas habían helado todos los corazones, como pronosticó Machado con fatal exactitud antes de que empezara todo.

En los últimos años, al abrigo de generaciones nuevas, se ha realizado sin embargo un saludable ejercicio de recuperación histórica con lo que Saramago hubiera bautizado la recuperación de todos los nombres perdidos. La apertura de los refugios antiaéreos en esta provincia que fue retaguardia republicana, espacios muy tangibles que se pueden visitar, ver, respirar incluso, constituye un magnífico paso en este sentido. Impresiona la fotografía de la portada de ayer de este diario, el refugio bajo la plaza Séneca de Alicante, esa especie de cama, casi de cuna, quizás para acostar a algún niño -¿cómo se llamaría el pequeño?- y calmarlo meciéndolo mientras allá fuera rugía toda la metralla caída del cielo.

Orihuela o Alcoy han seguido el mismo camino. Elche se propone por fin hacerlo. Curioso ejemplo es el de Dénia, donde el refugio bajo el castillo siempre estuvo abierto porque desde el final de la guerra cumplió una función urbana, al unir bajo los cimientos de la fortaleza las dos partes de la ciudad. Pero aún así, no fue hasta hace poco que se colocó una placa exponiendo que ese túnel, antes que un pasaje, fue cobijo para guarecerse de los furiosos ataques de la pava, la aviación de Mussolini.

Aún así al menos quedan dos asignaturas pendientes. La primera, que aún languidece mucho patrimonio de la guerra ignorado, pendiente de rescate. Sólo en Alicante, son numerosos los refugios que esperan a que alguien les haga caso. Impresiona además cómo siguen calando ciertas desmemorias. En Torrevieja, las únicas huellas de su bombardeo de agosto del 38 son unas muescas abandonadas en la reja de una ventana, sin placas ni evocación alguna: testigos discretos de una tragedia ignorada por los transeúntes durante décadas.

La segunda tara es ese esquema simplista por el que se supone que son las izquierdas las únicas interesadas en rehabilitar los vestigios bélicos mientras el PP calla incómodo, mirando a otro lado, asistiendo a los actos conmemorativos sólo por obligación forzada. Eso pasa a veces pero no siempre: el alcalde de Benissa y exdiputado provincial, el popular Juan Bautista Roselló, ayuda cada año en el homenaje del municipio a las brigadas internacionales. Aquí no hablamos de partidos. Ni siquiera de ideologías. Sino de regeneración democrática y, sobre todo, de algo más esencial: de piedad histórica. Aunque tan generoso ejercicio esconda verdades incómodas para todos los credos, no sólo para algunos: en 2013, se redescubrió en Xàbia una fosa de 70 metros de profundidad en el Montgó donde en el 36 fueron arrojados una veintena de asesinados por la Pepa, el famoso piquete de milicianos incontrolados. Los nombres de aquellos muertos aún se desconocen. Se están investigando. Deberían saberse. Ya dijimos que había que recuperarlos todos.

Todos. Sin distinción.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats