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Bartolomé Pérez Gálvez

Regenerar la democracia

Prometieron tiempos de regeneración y aquí estamos, esperando el maná de la nueva democracia. O de la vieja, que con esa ya me conformaría. Aquella en la que el interés común era el objetivo y, el diálogo, el medio para alcanzarlo. Todo lo contrario a la bufonada en la que se está convirtiendo la política española. Lejos del cambio que se auguraba, tenemos más de lo mismo: personalismos y desencuentros. Nada que ver con la esencia de una democracia que, irremediablemente, sigue desvirtuándose sin indicio alguno de cambiar.

Para algunos, regenerar la política comenzaba con el fin del bipartidismo. Hay quien defiende que se ha conseguido, pero no da la impresión de que sea realmente así. Este es el sueño imposible, la quimera de una nación bipartidista en su naturaleza, permanentemente dividida en dos. De acuerdo, ya no asistimos al clásico duelo entre PP y PSOE. Pero éstos no pasan de ser las franquicias mayoritarias de las verdaderas corrientes políticas de este país: los míos y los otros. Llámenle como quieran pero, al fin y al cabo, siempre es igual. La cuestión es joder al de enfrente porque lo consideramos nuestro adversario. Pocos votantes son fieles a unas siglas; más bien, se oponen a las demás. Democracia no es mantener el modelo de las dos Españas, sino esforzarse por conseguir que solo exista una. En otros términos, ser capaces de construir desde la búsqueda de la coincidencia.

No cabe esperar regeneración alguna cuando no se respeta la decisión de la mayoría. Menos aún si también se olvida la necesaria estabilidad que precisa este país. Podrá alcanzarse un acuerdo para gobernar España -por supuesto-, pero solo para evitar que se cumpla la máxima de que no hay dos sin tres. Y es que, abrir la puerta a unas terceras elecciones, evidenciaría que los candidatos son bastante más irresponsables de lo que ya nos han demostrado. Tranquilos que este acuerdo llegará.

Ahora bien, si las cosas no cambian, a Rajoy no le quedan muchas Navidades en Moncloa. Más pronto que tarde afrontará una moción de confianza y, como consecuencia de ésta, se verá obligado a convocar unas elecciones anticipadas. Su recorrido puede ser corto, muy corto. Le concederán el tiempo necesario para que sus tres rivales se reorganicen y estén en condiciones de dar la estocada final. Hasta entonces seguiremos con un gobierno interino, porque no dejará de serlo por más que llegue a renovar contrato en agosto. Cualquier cosa menos cambiar los jefes de filas que, al fin y al cabo, constituyen el verdadero obstáculo a la hora de alcanzar acuerdos.

No se atisba regeneración alguna entre quienes, desde la oposición, muestran como primer interés el reparto del botín. Mucho hablar de programas para acabar babeando por una conselleria o un ministerio. Argumentan que solo desde ahí pueden hacer cambios. Y tienen razón si no fuera porque uno empieza a dudar que, dentro de la cartera, haya algo más que promesas. No hace tanto tiempo que, desde Podemos, criticaban a la casta política; hoy son parte de ella.

Tampoco veo regeneración en ese continuismo en el que se han instalado los populares. La nomenklatura del PP se mantiene invariable. Los mismos que nos han llevado a esta situación, difícilmente pueden sacarnos de ella. Ni éstos ni quienes, desde la otra bancada, también se consideran representantes de una ideología -en este caso, la socialdemócrata- que hacen tan maleable como convenga a sus intereses. No habrá regeneración democrática mientras las decisiones dependan de los mismos hombres y mujeres que son culpables del proceso de desideologización social en el que estamos sumidos. Una pérdida de referentes ideológicos que, como resultado, ha favorecido el cortoplacismo y el populismo. Vaciar de contenido términos que debieran ser sagrados, como reformismo o socialdemocracia, no es nunca una garantía de cambio.

En las propuestas que van conociéndose, de cara a los posibles pactos de investidura y (des)gobierno, hay pocas iniciativas de regeneración que afecte a los protagonistas. Algún guiño se ha hecho a un reparto de escaños más equitativo, pero nadie se atreve a dar la puntilla a la dichosa Ley d´Hont. Mientras el sistema actual siga beneficiando a populares y socialistas, difícil está que algún día sea realidad que el voto de cada ciudadano tenga el mismo valor. La jodienda es doble: se prima a los grandes partidos y, al mismo tiempo, el voto de las provincias menos desarrolladas -y generalmente, más inmovilistas- adquiere más valor que el procedente de aquellas que más aportan a la economía nacional ¿Van entendiendo porqué luego, en el reparto de los fondos, también somos los más parias? Mientras nuestros votos valgan menos que los de otras comunidades, seguiremos sin pintar un carajo.

Ya que hablamos de aspectos territoriales, poca regeneración cabe esperar mientras sus señorías sigan priorizando a su partido sobre los intereses de la circunscripción a la que representan. Como ejemplo, populares y socialistas han votado en las Cortes -cada uno en su momento- a favor de un modelo de financiación autonómica que nos perjudica. Ahora se quejan de ello y olvidan el apoyo que le concedieron en otros tiempos.

Dejo para el final el vergonzoso espectáculo de los tránsfugas, un riesgo que es mayor entre los emergentes, como Ciudadanos o Podemos. Una auténtica panda de sinvergüenzas -mindundis sin oficio ni beneficio- a los que gusta denominarse «no adscritos». No me vengan con eufemismos, que la Real Academia deja bien claro el concepto. Con estos inmorales no cabe pacto alguno anti-transfuguismo, sino una legislación más congruente con la pillería que caracteriza a la política española. O listas abiertas o cargos a disposición de cada partido, pero no la mezcolanza actual. Argumentar la continuidad de un tránsfuga, atribuyéndose la defensa de los intereses de unos electores que no lo han elegido, es obsceno. Más aún cuando, con su voto, acaban pasándose por el forro la voluntad popular. Sin embargo, ahí siguen estos mercenarios de la política, al amparo de quienes mejor pago puedan ofrecerles.

En fin, que la regeneración de la política pasa por encontrar soluciones desde el diálogo y el interés común. Cuestión de recordar al maestro Vinicius, cuando nos cantaba que la vida es el arte del encuentro. Pero en la vida, como en la política, aún hay demasiado desencuentro.

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