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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

Los empresarios se empiezan a organizar (y nada es como antes)

El miedo ha cambiado de bando. Los empresarios se han acostumbrado a necesitar lo justo al poder político e incluso a vivir perfectamente sin gobierno. Son ahora mismo los políticos quienes no tienen más remedio que echar mano de las empresas, porque únicamente ellos crean riqueza en este país. Se resisten como gatos panza arriba, es verdad, porque a menudo tratan de guardar el misterio como las sacerdotisas de Isis. Incluso te susurran al oído que te lo pueden contar, pero luego tendrían que matarte, pero es verdad que están abriendo un poco las cortinas del «Sancta Sanctorum» a algunos elegidos y multiplicar su presencia en actos empresariales a los que no acuden como antaño a recitar su evangelio sin esperar críticas ni réplicas sino, a menudo, a aguantar a pie firme reproches e incluso desafueros. Lo que hay detrás del escenario tampoco es para que se rasguen las cortinas del templo de Salomón: una caja llena de telarañas y una burocracia plagada de cucarachas, con manuales de procedimiento de los tiempos de Maricastaña y la agilidad de un tren de mercancías de los sesenta.

Otrora no hacía demasiada falta entrar en detalles; la Administración estaba muy acostumbrada a los empresarios dependientes y palmeros que copaban las asociaciones, porque no hay un interés mejor que el propio. Hasta eso está cambiando: el político repartidor de canonjías y contratos es una especie en proceso de extinción y el conjunto de empresarios ya ha visto el plumero a los que sólo van a las asociaciones de representación empresarial clamando por lo suyo. Quedan reductos, como la aldea de Astérix, de empresas constructoras o de servicios con concesiones, y esos no tienen más remedio que ser buenos buenísimos con el poder que las otorga no vaya a ser que les descabalguen en mitad de la carrera. Lo que pasa es que aquí todos tenemos historia y, mal que bien, se conserva la memoria de antiguos agravios y facturas pendientes y muchos de los nuevos hacen lo mismito que yo: seguir el lema de que los «Lannister siempre pagan sus deudas». O lo intentan al menos, que cobrar algunas minutas no es sencillo por lo resbaloso de los deudores.

Hay más cambios en esta relación político/empresarial. Eran hasta ahora las asociaciones y las instituciones las que representaban al conjunto, pero su debilidad ha alumbrado una nueva figura: el empresario que se representa a sí mismo y junto con sus iguales se agrupa en clubs de empresarios. Ya lo hizo AVE en Valencia, con gran éxito, y con una fórmula diferente lo intenta la Comisión de Patronos de la Cámara de Alicante o incluso el Foro Empresarial de INFORMACIÓN. No son tanto un lobby o una institución permanente como un instrumento para juntar a un puñado de empresarios con criterio y poderío empresarial -obviamente- que lejos de fórmulas estereotipadas y jerarquizadas puedan argumentar y defender lo que consideren oportuno. Y que sean capaces de cantarle las verdades del barquero al lucero del alba.

Habrá que avanzar mucho más en estas recetas, pero tienen la ventaja de la agilidad, de no contar con pesadas estructuras y por tanto no deber nada a nadie, lo que permite una independencia que es muy de agradecer. Pero no teniendo ninguna representación, a ver quién es el guapo que dice que no tiene poder un grupo que junta a medio centenar de las empresas más poderosas, u otro que reúne para hablar del nuevo banco público a un centenar de empresarios un jueves por la mañana. Ambos actos celebrados esta misma semana pasada en Alicante, aunque tampoco estaría mal que se programaran itinerantemente por la provincia.

La sociedad se organiza y, visto lo visto, no tiene que ser peor un traje antiguo que uno moderno sin entretelas, todo consiste en que la tela sea buena y esté correctamente cortado. Que el sastre lo ajuste para tapar los bultos y deformidades de un cuerpo poco ortodoxo sería ya de nota, que no es lo mismo coser una americana para Cristiano Ronaldo que otra para el monstruo de Frankenstein, pero ambos pueden quedar resultones con unas puntadas razonables.

Lo bueno de los humanos es que somos animales sociables -bueno, algunos sólo animales- y nos encanta juntarnos para hablar, cazar mamuts, pintar cuevas y poner a caer de un burro al «mogul» de la tribu. No digo yo que esté mal constituir la asociación de cazadores, pero a lo mejor tampoco hace falta que sean más los que se dediquen a organizar la propia asociación y estar en la Junta que los tíos de la lanza y que a la hora de repartir el mamut se pongan a la cola ciento y la madre, aunque un bicho de esos dé para mucho.

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