Lo recuerdo bien. Corrían los setenta y un servidor dirigía el Club de Marketing de Alicante, una de las escasas asociaciones que permitía el régimen: empresarios y ejecutivos de toda la provincia se reunían en actos semanales y debatían, se formaban, compartían anhelos y preocupaciones. Soportábamos la crisis del petróleo del 73 desde una provincia pujante y muy industrializada entonces, que empezaba a recibir por igual las amenazas y las oportunidades del momento, desde los esbozos de la transición a lo que después se llamaría globalización.

España era diferente (y tanto), la censura iniciaba su declive y Benidorm ya se dibujaba como un ejemplo del aprovechamiento del turismo de sol y playa que fue pasando del mercado doméstico de segundas residencias y de madrileños en San Juan y el Postiguet al internacional. El sector turístico, de la mano de la iniciativa privada, se puso manos a la obra: el boom turístico estaba en la rampa de lanzamiento.

Hubo que autorizar el bikini y hasta el pezón, los aviones llegaban cargados de guiris, se cometían barbaridades urbanísticas y se crecía exponencialmente, casi sin esfuerzo. Ya entonces, en nuestro Club, los empresarios del sector entendían que el crecimiento caótico basado en exclusiva en nuestras cualidades naturales no era marketiniano: había que definir qué modelo queríamos, debatir sobre posibles competidores, mejorar la calidad, aprender inglés, profesionalizarse...: todo iba muy rápido en aquella lejana Comunidad Valenciana.

Celebramos un primer congreso mundial de turismo en colaboración con la recién nacida OMT (yo era el secretario ejecutivo de ese congreso), que celebramos en el Benidorm Palace bajo la presidencia honoraria de Manuel Fraga (había que implicar a la Administración) y al que acudieron muchísimos responsables de políticas turísticas de Europa y América.

Y los empresarios de nuestra provincia seguían reclamando la necesidad de coordinación y de implicación y liderazgo desde las diferentes administraciones. Fue el gobierno Lerma en 1983 el que legisló para coordinar el sector (y se encontró con recursos desde la derecha, que los tribunales no respaldaron).

Se ha avanzado mucho desde entonces. Hoy, el del turismo es un sector puntero, estratégico para nuestra Comunidad y más para nuestra provincia, pero todavía falto de definición, vertebración y capacidad de afrontamiento ante un mercado sensible a amenazas muy diversas. Consciente de ello, el empresariado turístico sigue exigiendo (40 años después) coordinación, investigación, orden, estrategias, sinergias...

Y la Generalitat Valenciana está en ello, mientras otros parecen estar por los palos en las ruedas y considerando esto como una cosa de perdedores y vencedores de parchís. Por eso, celebramos la decisión del TSJ (espero que nadie lo califique de tesejazo) y pedimos a la Diputación que se incorpore cuanto antes al trabajo en común. Mano tendida. Saben que si vienen en positivo, entrarán por la puerta grande, como si nunca se hubieran ido.