Son muchos los ciudadanos que abandonan su militancia política por temor a ser contaminados por esa peste mezcla de estupidez y arrogancia que se instala con rapidez en las neuronas de muchos dirigentes políticos. Nada más pisa uno la sede de cualquier partido político sentirá cómo del interior del despacho de las prebendas, sí, ese que se encuentra nada más entrar a izquierda y derecha para luego girar a derecha e izquierda, se desprende un nauseabundo olor de difícil explicación, que es la antesala que anuncia la temida epidemia.

En un país con escasa cultura política, que todavía entienden ésta no como una participación activa en los asuntos públicos sino como una forma de ganarse la vida a cuerpo de rey, el aspirante a político profesional intenta alcanzar mediante la contaminación neuronal un estatus que de otra forma no tendría, y así alardear ante los suyos de un poder que cree merecer por una especie de gracia divina o natural.

Justo es reconocer que muchos se afilian y militan en los partidos políticos para interesarse por los problemas de la sociedad, poder aportar su experiencia como ciudadano y buscar soluciones y contrarrestar sus efectos, suelen estar preocupados por la conflictividad social, las desigualdades, la falta de oportunidades, las ayudas a los más desfavorecidos, saben que para transformar la sociedad y hacerla más justa y equitativa hay que tener poder y autoridad, pero no la quieren a cualquier precio, no a costa de tener que considerarse indigno de ello.

Otros no, otros quieren ir directos a la contaminación sin importarles nada, dispuestos a propagar la peste allá donde se instalen. Dispuestos, sobre todo, a consentir y fomentar la corrupción política y económica porque de ahí proviene su supervivencia como político. Todo vale por el fin perseguido. En demasiados casos no es el bien general, el de los más, sino el suyo propio y el de su camada.

Difícil tarea la que les espera a los españoles si quiere volver a encontrar trigo limpio en sus campos y tierras. La peste avanza y contamina a las nuevas cosechas, y en este país ya sabemos lo dura que es la sequía. Sin embargo, y a pesar de todos los males anunciados, el país debe avanzar hasta conseguir erradicar ese mal que atenaza a su aún frágil e inestable democracia.

Debemos demandar a los dos principales partidos políticos españoles, como venimos haciendo desde hace tiempo, mayor altura de miras, mayor compromiso con los ciudadanos, sean o no sus votantes, una mayor visión de Estado y un menor tacticismo partidista. Tienen que buscar acuerdos de gobernabilidad que permitan acometer sin más demora las reformas que nos hagan avanzar y progresar alejándonos de los populismos más peligrosos, buscando un mayor crecimiento y un mejor desarrollo económico. Y lo han de hacer con la honestidad que se le presupone a todo político íntegro. Debemos exigirles que acuerden erradicar de una vez esa fijación egoísta y personal que tienen muchos políticos sobre las arcas públicas, esa apestosa epidemia que ha contaminado gravemente la política española.