Todos queremos que nuestros hijos estudien una carrera universitaria pues intuimos acertadamente que dicha formación les va a asegurar un trabajo o, al menos, les va a colocar en la casilla de salida para conseguirlo. Sabemos que en la Unión Europea (UE) la tasa de desempleo entre los adultos con educación universitaria es tres veces inferior a la media aunque en España , por desgracia, la empleabilidad de nuestros titulados es inferior a la de la UE.

También es cierto que algunos estudios universitarios abren las ansiadas puertas del empleo con más facilidad que otros. Esto se constata especialmente en aquellos estudios que conducen a las profesiones relacionadas con medicina, enfermería, ingeniería industrial, telecomunicaciones e informática.

Sin embargo, este optimista escenario está sujeto a incertidumbres futuras derivadas de la incorporación masiva de la nuevas tecnologías a la producción. Como muestra, un botón: se estima que el 65% de los trabajos que se ofertarán en la UE dentro de 20 años no existen todavía y que en los próximos 5 años hasta 7 millones de los actuales empleos los realizarán máquinas y robots.

Llegados a este punto, cabe preguntarse cuáles serán esos trabajos futuros y quienes estarán en condiciones de desempeñarlos. Por poner un ejemplo, sabemos que la revolución tecnológica que supone la conocida como fabricación 4.0, precisará de nuevos especialistas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas cuya formación ni siquiera ha comenzado en la mayoría de los casos.

Como el lector puede entrever de lo dicho anteriormente, es probable que muchos puestos de trabajo tal y como los conocemos desaparezcan o acaben siendo realizados por máquinas, lo cual genera grandes dosis de incertidumbre cuando no de desazón y temor en muchos de nosotros.

Sin embargo, es también cierto que la tecnología y la robótica traerán grandes oportunidades. Por una parte, ayudarán al trabajado r en su desempeño , en lo que se prevé una relación más estrecha del trabajador con la tecnología. Por otro lado, nuevos trabajos surgirán alrededor de su implementación. Con todo ello, se espera que las empresas reduzcan sus costes de producción favoreciendo con ello la aparición de una nueva economía. Los economistas anticipan un aumento de la productividad lo que reducirá las horas de trabajo y el negocio del tiempo libre cobrará una gran importancia. Ante este panorama, se prevé que el trabajo realizado por humanos tendrá un espacio creciente en ámbitos donde las máquinas no tienen (por el momento) cabida, en especial cuando el trabajo requiera de pensamiento innovador, creatividad, flexibilidad y el desarrollo de habilidades sociales.

Frente a este panorama de amenazas y oportunidades, es natural considerar seriamente si, ante los cambios en el mercado de trabajo que se avecinan, en las universidades estamos realmente preparados para seguir apoyando la generación de empleo. En definitiva, si podemos seguir considerándonos un punto fuerte donde la sociedad puede anclar sus perspectivas de progreso. En mi opinión, creo que tenemos tres buenas razones para pensar que sí vamos a ser capaces de hacerlo.

En primer lugar, porque no hay motivo alguno para pensar que en el futuro los Campus no sigamos teniendo un papel relevante en la formación. Aunque es cierto que internet y las herramientas de formación online ofrecen otras formas de aprendizaje alternativa a las aulas presenciales, esto no debe ser un obstáculo serio para las universidades, más bien puede convertirse en una oportunidad. Muy probablemente mucho de aquello que se pueda aprender a hacer a través de la red quedará físicamente fuera de nuestros Campus. En este contexto, el valor de los campus será el de crear contenidos online de calidad y, en buena medida, el de proporcionar al alumno un entorno presencial de excelencia basado en el concepto de «aprender haciendo», de tal forma que la experiencia universitaria aporte al alumno el valor añadido que internet no puede en este momento proporcionar.

Además, porque desde la Universidad ese rol formativo se está complementando de manera creciente con nuestro papel como motor de la transformación del empleo y el tejido empresarial a través de la innovación e investigación. De hecho, desde las universidades públicas ya somos activos en la transformación del modelo económico pues contribuimos a la creación de empresas de base tecnológica, la generación de nuevas patentes o en la incorporación de la innovación en la empresa

Por último, porque la Universidad puede ser un instrumento clave del estado para asegurar la formación continua de todos los profesionales a lo largo de su ciclo de vida profesional y así asegurar con ello una transición socialmente aceptable que tenga como objetivo no dejar a grupos de trabajadores al margen del proceso de modernización.

Con estas premisas, no me cabe ninguna duda sobre la capacidad de esta institución en seguir desempeñando el papel central que detentamos como formadores eficaces de profesionales y generadores de innovación y progreso. Sin embargo, no es menos cierto que todo ello sólo será posible si se dispone de una Universidad pública más relevante, eficiente y mejor financiada. En caso contrario, el estado y nosotros, sus ciudadanos, perderemos el mejor instrumento que actualmente disponemos para afrontar con éxito el cambio global que se avecina.