En esta semana, crucial para decidir sobre la urgente necesidad de conformar una gobernabilidad en España, asistimos a la lamentable noticia de que el PSOE, único partido con capacidad real de garantizarla (así lo han decidido los españoles), pretende despachar tan primordial asunto con un conjunto de sofismas (argumentos aparentes con que se quiere defender o persuadir lo que es falso) para eludir la alta responsabilidad que le hemos asignado. Incomprensible actitud, que no enmienda la errática trayectoria de su actual liderazgo, que le ha llevado a los peores resultados electorales desde la Transición. No es hora de sofistas, sino de políticos responsables con altura de miras, hombres de Estado capaces de asumir sus responsabilidades y, en todo caso, de afrontar sus decisiones ante la ciudadanía con argumentos razonables y razonados sin justificarlos con sofismas indecentes. El PSOE, como cualquier otro partido, tiene todo el derecho a tomar la decisión, equivocada o no, que considere oportuna de cara a la necesaria gobernabilidad del Estado, que, como en el 20-D, los españoles decidieron que la liderara el PP de Rajoy, vencedor en ambas elecciones; por tanto puede participar en la oferta de gobierno de coalición que le hacen los populares, puede apoyar la investidura de Rajoy a cambio de algunas contrapartidas, puede simplemente dejar que gobierne el partido más votado con su abstención o puede negarse a que lo haga votando contra la investidura, sabiendo que esto supone la convocatoria de unas terceras elecciones. Y, tras su decisión, asumir ante el pueblo las pertinentes consecuencias. Es así de sencillo. Pero lo que, a mi juicio, no puede ni debe hacer es intentar eludir cualquier responsabilidad con su famoso y contradictorio triple no, decidido por unanimidad en el Comité Federal (no a la investidura o acuerdo alguno con el PP, no a presentar a Sánchez para ser investido y no a convocar nuevas elecciones), sabiendo que, antes o después, tendrá que claudicar ante alguno de sus contradictorios «noes» y que en la medida que le toque será responsable de las consecuencias. Y, menos aún, lo que no puede ni debe hacer, es defender semejante contradicción (los tres «noes» son imposibles de cumplir a la vez), que finalmente le explotará en las manos, con demagógicos y cínicos sofismas que no resisten una mínima dosis de razonamiento.

Es falso que Rajoy pueda buscar apoyos suficientes en la mayoría de derechas de la Cámara, pues, en el mejor de los casos, podría alcanzar 170 escaños (suma de PP, C´s, CC), pues la negativa de PNV y la deriva independentista de CDC (ahora PDC), los restantes partidos de derechas, invalida a peneuvistas y convergentes como aliados gubernamentales (salvo que se acepten sus ilegales propuestas), con lo que sus 13 votos (5 vascos y 8 catalanes), junto a los 156 de la supuesta izquierda (PSOE, Unidos Podemos) y los 11 de la izquierda independentista (ERC y Bildu) derrotarían la investidura por 175 votos a favor y 180 en contra. Así, el argumento del «no» a la investidura de Sánchez (ante el fiasco del folklórico frustrado intento anterior), del mantenimiento del «no» a la investidura de Rajoy y del «no» a nuevas elecciones, que todos los líderes dicen defender, es en sus términos una flagrante contradicción.

Y es falso que, en caso de no llegar a una investidura, el «no» socialista equivaldría al «no» popular a la fracasada investidura de Sánchez, pues entonces, como ahora, fue Rajoy quien ganó las elecciones y Sánchez, perdedor progresivo en ambas, quien desde el inicio mantuvo el «no» rotundo a cualquier negociación con el PP, incluida la oferta de Rajoy de pactar una gran coalición de gobierno o cualquier otra fórmula de gobernabilidad, hecha desde el primer instante tras los resultados del 20-D y que mantiene coherentemente tras los resultados del 26-J, siendo el único dirigente político que los ha mejorado.

¿No hubiera sido más razonable, como ha venido siendo habitual en nuestra reciente historia democrática, llegar a un acuerdo de gobernabilidad con el partido que gana las elecciones o, en caso contrario, simplemente dejarle gobernar en vez de vetarle? Al parecer, Sánchez no lo entendió así y sigue sin entenderlo. Entonces, bajo el sofisma del «gobierno progresista de izquierdas» o del «gobierno del cambio», que, según él y sus palmeros, habían decidido los españoles, osó a ser investido desde su segundo puesto perdedor y, obviamente fracasó; ahora, más perdedor todavía, superando el suelo electoral de entonces, e imposibilitado para volver a intentarlo, prefiere recurrir al contradictorio triple «no», adornándolo con nuevos sofismas ante los ciudadanos.

En definitiva poner trabas a la gobernabilidad del Estado. Un reiterado inmenso error que probablemente volverá a pagar muy caro el PSOE si, al final, opta por vulnerar su «no» a unas terceras elecciones con tal de seguir siendo fiel al frentismo anti-PP y el correspondiente «no» a permitirle gobernar.

Vetar reiteradamente al ganador electoral suele ser mal negocio, sobre todo si quien veta es un reiterado perdedor progresivo.