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Tomás Mayoral

Hasta el rabo, todo es tuit

Suelo recordar, en situaciones como esta, un miniespacio televisivo que hace años dirigió y protagonizó Albert Boadella a lomos de aquella banda genial llamada «Els Joglars». El espacio se llamaba «Orden Especial: Purgandus populus» y abordaba en cada episodio las más chuscas y vergonzantes costumbres patrias, una forma cutre de pecados capitales que Boadella exponía, diseccionaba y al que, por boca de una psiquiatra argentina, daba como solución surrealistas terapias más descacharrantes que psicomágicas con un comando de monjes-ninja como brazo ejecutor. Los episodios eran un deleite inolvidable que tenían la virtud de hacernos reír hasta de lo más sórdido de nosotros mismos. Hasta de lo más sórdido, repito. En aquellos tiempos de recién estrenada libertad, también catódica, no había internet ni redes sociales. ¿Qué episodio de «Purgandus Populus» hubiera construido Boadella con el tuitero animalista que, enterado de la muerte de un torero en la plaza, afina la bilis para vomitar el comentario más aberrante que su cacumen sea capaz de armar, feliz por la cornada terminal? Creo que hubiera sido antológico y en cierto modo catártico. En esos tuits que se alegraban de la muerte del semejante, en las respuestas no menos feroces del otro bando y en la guerra civil consiguiente está el germen de lo peor de nosotros mismos. Algo que necesitamos purgar, que necesitamos resolver. Como saber quién gana en el grabado de los garrotazos de Goya, esa imagen que sería hilarante si no fuera terrorífica.

Berlanga no se tomaba a broma la Guerra Civil cuyo 80 aniversario se acerca ahora inexorable. Un tipo que quería hacer reír mostrándonos lo ridículas que pueden llegar a ser las cosas serias nos hizo entender la estúpida esencia de aquella guerra de la única manera posible: mediante la farsa. «La vaquilla» es el resultado de aquella reflexión genial que solo hiere al que viva instalado en el extremo. Ya no queda gente que sepa reír y hacer reír así. Gente que nos libere de nosotros mismos y, de paso, de unos cuantos imbéciles.

Yo no sé si debe perseguirse con la ley en la mano a quien se alegra de la muerte ajena. Tal vez si nos mostraran sus vidas y se sometieran al arbitrio de un tribunal tuitero independiente, hallarían, a base de memes, el sonrojante correctivo que podría hacerles ver como el ´karma´ digital devuelve el mal lanzado. El daño va y viene. y como pasa con el toro, hasta el rabo, todo es tuit.

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