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Como los pollos de granja

Me gustaría comentar unos sucesos que me han hecho pararme a pensar en la crianza de hoy. En estas prisas que nos corren a todos, en estas demandas que se multiplican y nos sitúan en situaciones de riesgo, de desequilibrio, de desazón. En esta manera de vivir que ignora una cosa tan sencilla como es que un niño no se hace en un día.

Hace poco una maestra con la que coincidí en una conferencia, me comentó que a su sobrino de tres años le habían puesto como deberes semanales para hacer en casa, copiar diez páginas de la letra "i" minúscula. Ella me expresaba su preocupación sobre el futuro escolar del niño que, por lo visto, huía, literalmente, cuando le ponían delante un papel y un lápiz.

También recientemente, un amigo que es entrenador deportivo y preparador personal, me explicaba que cada vez con mayor frecuencia, le eran solicitadas clases particulares para niños de dos o tres años. Los padres acudían a él con la demanda ilusionada de que los pusiera a punto para triunfar en algún deporte. En una ocasión decidió atender a unos gemelos de dos años y medio, que en la hora de su supuesta "clase de gimnasia", se dedicaron a correr todo lo más que podían y a desbaratarle los circuitos que les preparaba. Desde entonces, cuando le piden clases para niños tan pequeños, intenta que las familias comprendan que sus hijos no tienen aún suficiente edad, ni madurez física para seguir ninguna disciplina deportiva, y que lo mejor para ellos es moverse con libertad, jugar, caminar, correr, saltar, bailar, nadar? Pero, según me decía con extrañeza, no recibían bien sus explicaciones y se iban a buscar a otra parte.

Ayer mismo me llamó una amiga cargada de indignación, y me contó que a sus sobrinos, que querían escolarizar en una escuela pública a su nena de tres años, les había llegado una carta en la que se les pedía, ni más ni menos, que su niña en septiembre supiera controlar esfínteres, subir y bajar cremalleras, atarse los cordones de los zapatos, limpiarse los mocos y asearse después de ir al baño. Es decir, verdaderas hazañas para su edad y momento evolutivo.

El caso es que las familias (quizás por miedo a que les peligre la plaza escolar o no sé muy bien por qué), en vez de cuestionar estas medidas exigentes que perjudican la adecuada evolución de sus hijos, lo que hacen es querer "cumplir" y ponerse frenéticamente a prepararlos para que puedan responder a las condiciones impuestas por una institución escolar que parece estar sorda a las posibilidades reales de los niños. En el caso de la sobrina de mi amiga, toda la estirpe persigue a la nena con un orinal en una mano y una gominola en la otra, a ver si logran adiestrarla de cara al inicio de esta escolarización de hoy que ha olvidado que si se admite en las escuelas a niños tan pequeños, hay que saber que vendrán con su manera de estar aún poco autónoma, aún ruidosa, aún añorante de la casa, aún en proceso.

¿Qué es lo que nos pasa? ¿Adónde vamos con estas urgencias y exageraciones? ¿De dónde hemos sacado estas prisas en la crianza y en la educación de los niños? Es un fenómeno que va en línea creciente y que se da en la escuela, en la familia y en la sociedad. Una especie de estilo «moderno», generalizado, actualísimo.

Desde que nacen imprimimos a los niños un ritmo que no les corresponde. Los paseamos por ahí con apenas una semana de vida, nos encanta que se vea que las madres siguen "haciendo su vida" aunque acaben de parir, presumimos de que los bebés se rían muy pronto, sostengan el cuello enseguida, se espabilen en unas pocas semanas. Y que además lo hagan todo bien, desde eructar, hasta comer, pedir pipi o decir sus primeras palabras.

Los llevamos a todas partes: parques, teatros, viajes, fiestas, espectáculos. Les ponemos en las manos nuestros móviles y tabletas, les compramos juguetes y cuentos a montones, les inundamos de satisfacciones y caprichos... La estimulación es tan tremenda que muchas veces se mueven sin poder parar, se ponen nerviosos y alterados, se muestran apáticos, se enferman, e incluso se desconectan de lo que les rodea.

Es como si quisiéramos que madurasen antes de hora, como si nos costara esperar que crecieran al ritmo lento con que se suele crecer. Como si hubiéramos olvidado el refrán aquel de: «No por mucho madrugar amanece más temprano».

A veces pienso que los criamos como a los pollos de granja.

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