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José María Asencio

El PSOE en la encrucijada

Este país no puede soportar más tiempo sin un gobierno, en la provisionalidad de uno en funciones con competencias limitadas y sin poder elaborar la Ley de Presupuestos, elemento central de cualquier política que quiera afrontar con responsabilidad los retos de una Europa inestable. Este país necesita que los partidos prescindan de sus intereses más inmediatos poniendo la nación por encima de cualquier otra consideración.

Hagan lo que sea necesario, lleguen a acuerdos, renuncien cada uno a parte de sus pretendidos dogmas insuperables; asuman que en este sistema democrático la victoria del PP es su aval para constituir gobierno, en minoría y necesitado de consensos con las distintas fuerzas políticas, pero suficiente para que no le pueda ser discutida esa legitimidad e iniciar un incierto camino hacia unas terceras elecciones o hacia una gran coalición entre PSOE, Podemos y nacionalistas, un bloque heterogéneo de nula efectividad y ninguna operatividad para los intereses generales. Un imposible con costes inaceptables y con escasa viabilidad. Vean el ejemplo de Cataluña y la debilidad de su gobierno. Entre el deseo de un cambio pretendidamente progresista y la realidad de esa opción, está lo que sin duda nos traería un experimento excesivamente arriesgado.

C´s no puede seguir jugando a la nada, debiendo sentarse y lograr pactos, de la misma forma que hizo antes con el PSOE. Y el PSOE, facilitar el gobierno si éste no es posible o es tan caro por las exigencias del PNV, que haya que negar lo que no se puede dar. Rechazar la gran coalición o el voto favorable no es equiparable a permitir la investidura poniendo el precio necesario medido en términos de moderación posible de la política de austeridad impuesta por Europa. No es lo mismo votar a favor, que cerrar la puerta a la gobernabilidad y obligar a unas terceras elecciones. Porque esa puede ser la alternativa cierta a la que el PSOE deberá dar una respuesta si las circunstancias se lo imponen. La imagen de España en el exterior y el hastío de la ciudadanía, que se puede traducir en rechazo a la clase política, obligan a evitar unos nuevos comicios. Permitir una salida no es asimilable a votar a favor y apoyar, ni es contrario a asumir las obligaciones del primer partido de la oposición si de verdad quiere serlo y recuperar lo perdido con actitudes que le han hecho abandonar ese centro que le otorgó su papel nuclear. Ese centro al que Podemos quiere aspirar y arrebatarle.

El discurso de que es al PP al que corresponde buscar la mayoría es irrebatible. Pero, débil si esa mayoría no se llega a alcanzar y depende la estabilidad del PSOE. Hay mayorías de derechas hoy sencillamente imposibles e indeseables por la deriva independentista de algunos partidos nacionalistas.

No sé si la abstención le puede pasar factura. Pero, lo cierto es que la negativa a todo acuerdo y la posibilidad de pactos muy complejos le ha conducido al lugar en que se encuentra, solo amortiguada la caída por los errores de Podemos en su análisis de la realidad social.

No son los problemas internos del PSOE, ni su próximo Congreso Federal, ni el futuro casi anunciado e inevitable de Pedro Sánchez lo que interesa a los españoles. Ni estas cuestiones pueden ponerse por encima del interés general.

Es lo esencial y posible lo que el PSOE debe negociar para abstenerse en la investidura. Eso es lo que conviene a todos. Perder la oportunidad de lograr acuerdos que sirvan para moderar el discurso radical de la economía de la austeridad es inexplicable y, sobre todo, más allá de los intereses de partido, contrario a lo que conviene a la sociedad. La abstención puede tener un precio que se traduzca en logros sociales; la negativa, el de renunciar a incidir en el cambio, aunque éste sea limitado y fruto de la cesión mutua. Es evidente, no obstante, que acordar, no es imponer y que, por tanto, la condición no puede ser la totalidad del programa, ni el PP aferrarse al suyo. Lograr el equilibrio entre unos y otros, renunciando cada cual a parte de sus proyectos. La Transición, ahora tan denostada, es el modelo a seguir.

No creo que Felipe González se haya convertido en un derechista irredento como parecen apuntar algunos con escasa prudencia y falta de memoria. Es un estadista al que no se puede negar legitimidad con alusiones impertinentes. Y esto, precisamente, es lo que ha demandado. Eficacia y realismo, frente a dogmatismo y confrontación. Posibilismo y consenso en lo esencial como punto de partida necesario en una situación de crisis que solo se va a remediar si desde la izquierda se suavizan las políticas del PP en materias especialmente sensibles que requieren urgentemente reformas, en especial el sistema de pensiones y medidas de choque frente al paro.

Llegado el momento, con el voto en contra y la no abstención, solo serán posibles unas nuevas elecciones. Adelante si es lo que quieren todos asumiendo el coste y las consecuencias. Lo saben y al final no se arriesgarán.

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