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Jesús Javier Prado

Ganaron los 300, y sin Leónidas

Portugal empezó a ganar la final de la Eurocopa cuando Cristiano se lesionó. Payet, que comenzó siendo la sensación del torneo, acabó sustituído y cabizbajo, abrumado a medida que avanzaba la competición por las expectativas que tenía que cumplir, y por haber cazado, como un vulgar rompepiernas cualquiera, a la estrella del equipo rival cuando no se habían cumplido ni quince minutos de partido. Aparte de meter en «shock» a la hinchada portuguesa (era como si a Leónidas le hubieran clavado una lanza en el pecho al inicio de la batalla de las Termópilas) la patada del francés provocó que todo el estadio (los setenta mil espectadores, pero también el árbitro y los veintitrés jugadores restantes) estuviera durante más de diez minutos más pendientes de las circunstancias del astro portugués que del partido, en el que Francia había salido a por todas con un despliegue físico descomunal que nuestros vecinos peninsulares no sabían cómo quitarse de encima.

Para cuando se dieron cuenta, los portugueses miraron el reloj y vieron que ya había pasado media hora y que, para su sorpresa, seguían vivos. Es cierto que no tenían a Cristiano, pero el ritmo del partido se había roto y Francia había perdido algunas balas en la recámara que iban a minar su siempre alta autoestima: si en tu casa (que es París) con tu himno (que es La Marsellesa), ante un equipo que nunca ha ganado nada (que es Portugal) y con la estrella rival fuera del campo no eres capaz de irte al descanso con al menos un gol de ventaja es que algo está fallando en el plan, Didier.

La segunda parte discurrió de manera parecida, con los franceses sacando más partido a su físico y los portugueses mejor situados en el campo, con una defensa y un portero a prueba de bombas que jugaron relativamente cómodos, esperando que llegara la prórroga.

Pero en el minuto setenta y nueve, y cuando todos estimábamos que Portugal lo fiaría todo a la prórroga y que pondría el autobús en el área, el entrenador portugués tuvo uno de esos detalles que te hacen o caer en el infierno, o que te pongan en el santoral de por vida: optó por mantener a sus dos delanteros, Nani y Quaresma, quitó al centrocampista Renato, exhausto por el esfuerzo, y en vez de sacar a un defensa más (todo el mundo lo hubiera entendido) no se le ocurre otra cosa que meter a Éder, delantero torpón casi sin minutos en toda la competición. Dicho y hecho: Portugal llegó a la prórroga de milagro (Gignac pudo ser el héroe, pero el poste lo impidió), y en la misma Portugal dio más sensación de peligro que Francia, a la que le empezó a pesar la posibilidad de dar un gatillazo tan grande como el Arco del Triunfo.

Guerreiro avisó con una falta que se fue al larguero, y faltando ocho minutos y con Cristiano en la banda dando instrucciones y ánimos a sus compañeros Éder se fabricó la jugada con la que lanzó el chut final, imparable, duro, raso y ajustado a la derecha de Lloris. Portugal, campeón de Europa por primera vez en su historia. Si algo tiene el fútbol es que permite que un equipo que estuvo en un tris de ser eliminado en la primera fase se recomponga, aproveche unos cruces favorables, se plante en una final, y con todas las circunstancias en contra (el campo, el himno, los centímetros de los rivales, las lesión de tu estrella) las aproveche al máximo, las haga suyas, y se atreva a dar el golpe con el que subir y arañar los cielos, de una puñetera vez. Quizá lo mejor que tiene este deporte es que da la posibilidad, de vez en cuando, de que los trescientos de Leónidas ganen finalmente la batalla de las Termópilas. Y con Leónidas de baja por enfermedad, lo cual ya es de nota?

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