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Francisco Esquivel

Y eso que fue fugaz

Después de hacer autocrítica y reconocer que igual adolecieron de «exceso de lucidez», Pablo Iglesias, conocido en el mundo entero por los presentes con los que acude a las citas, regaló a Obama The Lincoln Brigade con una dedicatoria casi tan extensa como el libro antes de dejar patente que el bueno es Sanders y no Hillary a la que apoya su interlocutor. Tras despedirse sonriente, la organización del siempre espléndido en detalles obsequió al visitante a base de mensajes en los que se pone de manifiesto «el intervencionismo belicista de su política exterior, que ha generado consecuencias desastrosas». Qué grande. Tanto que los telespectadores estadounidenses, al ver las ráfagas informativas que llegaron, se preguntaban quién era ése que estaba junto a Pablo.

Con el regalo del jamón, el jamonero y el cuchillo de cortar proveniente del inquilino en funciones de la Moncloa, quien tuvo que emitir un comunicado fue la embajada norteamericana para recordar que a los pasajeros particulares les está prohibido introducir la pata del cerdo -del cuchillo ya ni hablamos- por lo que subirla a bordo del Air force one dejaba patente los privilegios del comandante en jefe. Y, sin embargo, ni qué decir tiene que el que hizo el ridículo para los restos fue Zapatero.

El ilustre visitante se acercó a Rota y, a pesar de los pesares, en lugar de decirle a las tropas allí formadas «¡Siií! ¡Vamos a invadirlos!», les trasladó que «los españoles son más educados que nosotros, que gritamos mucho». O Barack aspira al Nobel del Saber Estar o, con su viaje de los años mozos en la mochila, le falta patearse bien esto para empezar a captarnos un pelín. En Sevilla cuentan que fue el equipo de asesores de la Casa Blanca el que llamó en la víspera de la anunciada visita al alcalde y que cuando éste les confirmó la temperatura, advirtieron que entonces iría Tarzán. Y con el fiasco sobrevino igualmente la típica reacción popular: «Se acabó el simulacro; planten los veladores, retiren la seguridad y ensucien las calles». Creíamos que sí pero es Berlanga, que no ha muerto.

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