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La suerte o la muerte

Con este juego de palabras tan rotundo y clarividente titulaba Gerardo Diego su colección de poemas sobre el toreo. Con este juego de significados que recogen en su esencia ese juego ritual y atávico entre el hombre y el toro. Tantas veces es la suerte la que decide, la que encumbra y extasía. Y en algunas se le olvida el oro y el brillo y surge, incólume, la muerte. No tendría sentido el rito; no habría ética en la liturgia táurica si el catafalco no aguardara tras los pitones.

El sábado la suerte se vestía de muerte en Teruel. La Feria del Ángel, qué ironías de la semántica. «Por los palcos ya mustios un ángel vuela, solo», sentenció el poeta santanderino. Se marchó Víctor Barrio, con toda su juventud a cuestas, hacia ese infinito ruedo de la eternidad. Y la suerte, que tantas tardes de gloria nos regala a los fieles de la eucaristía taurina, nos viene asestando con la guadaña en este 2016. La frescura del novillero Renatto Motta se desvanecía tras una cornada el pasado 17 de mayo en Malco, localidad de su Perú natal. El primero de mayo se empezaba a apagar la romántica veteranía de Rodolfo Rodríguez «El Pana» tras una feísima voltereta sufrida en la mexicana localidad de Lerdo, que se llevaría finalmente al Brujo de Apizaco un mes y dos días después. Y anteayer, Víctor. Los dioses andan exigentes.

Un año duro, durísimo. En Alicante planeó la tragedia sobre el cuerpo ensangrentado de Manuel Escribano el 25 de junio. Menos mal que la ciencia en manos de los querubines del equipo del doctor José María Reyes salió al paso y evitó que el ángel caído se infiltrara por las venas abiertas de par en par del torero de Gerena. En el coso alicantino, por fortuna, contamos con mucha más suerte que muerte, pues únicamente en él perdió la vida el infortunado novillero Manuel Díaz Herrera «Minuto Chico», a causa de una cornada sufrida en el muslo izquierdo por el novillo de Flores «Faccioso». Era el 3 de septiembre de 1911, y contaba el sevillano 25 años. 27 tenía el también novillero alicantino Ángel Celdrán Carratalá cuando el toro «Mirlito», de Lorenzo Rodríguez de Ledesma (antes «Saltador», de Fabián Mangas) le propinó una mortal cornada en el vientre durante el festejo del 29 de julio en la plaza mallorquina de Inca. Ambos son los dos nombres que mayor sombra evocan cuando de la muerte en el ruedo se habla en nuestra ciudad.

Tan solo 29 años de edad contaba este Víctor Barrio recién caído. Militaba en esa segunda liga de toreros, la más dura, la que disfruta de voz baja en los medios y menos oropeles luce.

Cuando la muerte se encarnó en «Avispado» y «Burlero» para sesgar la vida de «Paquirri» y «Yiyo», los últimos matadores caídos en la arena en 1984 y 1985, ambos estaban en la cumbre y la conmoción creció exponencialmente a la fama de sus figuras.

El torero segoviano que entregó su vida ayer en Teruel no gozaba de ese renombre todavía, se estaba labrando la dura profesión de torero a base de mucho amor propio, profesionalidad e insistencia. Sus mejores momentos quizá los vivió como novillero en 2010 y 2011, triunfando en Las Ventas y en muchas de las más importantes ferias de su escalafón, que acabaría liderando, y cuando resultó triunfador, ya como matador de alternativa, en la Feria de Valdemorillo del pasado año.

A pesar de la proyección anunciada tras ese temprano triunfo, acabó la temporada con tan solo diez paseíllos. Y el del sábado era el tercero de este año, tras Valdemorillo (otra vez) y Madrid. El destino le había citado en Teruel, vestido de grana y oro, con «Lorenzo», del hierro de Los Maños, burraco de encaste santacoloma, y con la mala suerte de que una ráfaga de viento le descubriera en un lance al natural y dejara su costado derecho a merced del asta izquierda del animal.

El pecho atravesado y el camino a la gloria. Y el inconsolable dolor de su familia y sus amigos. «Un toro te podrá quitar la vida, pero jamás la gloria», doctrinal frase de Santiago Martín «El Viti» que figura en un azulejo a la entrada del Batán, sede de la Escuela de Tauromaquia de Madrid.

Ya se sabe, los toros salen para dar cornadas, y los toreros para convertir esas embestidas indómitas en baile trágico, en danza subyugante, en arte efímero. Muchas veces entra a jugar la suerte, pero otras, también, la muerte. Descanse en paz, torero.

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