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Manolo Alarcón

De gestión a indigestión

Es más fácil criticar que trabajar (y no les digo ya gestionar) y que pase un camello por el ojo de una aguja antes que un político asuma un error, porque siempre verá la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio. Un año después de llegar al poder políticos sin experiencia en esto de mandar comienza a notarse, y mucho, que han perdido el miedo a la crítica -lo que antes era su razón de ser-, sufren de una peligrosa amnesia de todo aquello que antes pregonaban y han pasado de la precaución al desorden con el manido argumento de: «Porque yo lo valgo». No es que casi todo lo que hacen lo den por bueno (o por mejor), que repitan los modos y la forma de gestionar que antes demonizaban o que todo lo resuelvan con sentencias lapidarias como: «Meteremos la pata, pero no la mano». Todo ello puede estar bien hasta ciertos límites dentro de un país en el que a ciudadano que pinches, no le sacas gota de sangre.

La justificación hace unas semanas ante un juez y como único argumento de una concejala investigada por un contrato irregular de que ella se dedicaba a sus quehaceres antes de meterse en política y que de eso que le preguntan... no entiende, se puede realizar sin rubor y bajo consejo de abogado, pero no es de recibo que sus compañeros la defiendan a ultranza y asientan porque, evidentemente, admitir que de eso para lo cual se presentó y salió no tiene ni pajolera idea, aunque «no es mala persona», no es de recibo y menos si al final de mes cobra por ello.

Viene esto a cuenta de lo mal que se pueden llegar a hacer las cosas cuando se pasa de dar lecciones de cómo se debería gestionar y sobre «lo que yo haría...» a sufrir una indigestión de incapacidad y ceguera política. En Torrevieja se ha vivido este verano la insólita situación de arrancar la temporada alta con playas cerradas ondeando junto a flamantes banderas azules y en Orihuela no hubo ambulancias hasta hace unos días. En ambas costas se han producido fallecidos y tanto da que fueran ahogados o infartados, lo importante es que no estaban los medios que eran exigibles. El otro día en La Vila, también en una de sus playas con bandera azul, había un cartel que advertía de desprendimientos. Los socorristas explicaban que si a alguien le caía una piedra, la culpa, evidentemente, era de él y de nadie más. Y tenían la razón. Aquí, de todo lo que pase, la culpa es siempre de los mismos.

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