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Bartolomé Pérez Gálvez

Matar al mensajero

Me desagrada enormemente la falta de valor de algunos políticos. Mucha milonga con la regeneración de la cosa pública pero seguimos con la mala costumbre de echar balones fuera y buscar cabezas de turco. Ahí tienen el ejemplo de lo ocurrido en FISABIO, una de las principales fundaciones públicas de investigación sanitaria. Tras detectarse la contratación de la hija de la «número dos» de Sanidad y antes de que ésta ofrezca unas explicaciones que aún se están esperando, la consellera Carmen Montón se adelanta pidiendo la cabeza del director de la entidad. Una postura relativamente coherente sino fuera porque, cuando la moza fue seleccionada, el actual responsable no ocupaba ese puesto. La cuestión es colgar el mochuelo a alguien, para salvar el pellejo.

Les introduzco brevemente en el asunto. La secretaria autonómica de Sanidad, Dolores Salas -cuota de Compromís en el gallinero sanitario- ya andaba contratando a su hija desde tiempos del PP. Cuando menos era la directora del área implicada, que no digo que lo hiciera personalmente. Aun siendo público y conocido, los populares no encontraron nada extraño entonces, cuando gobernaban ellos. Desconozco dónde diablos encuentran ahora el problema, más allá del interés por ejercer el arte de la demagogia. Y es que tan deplorable es el nepotismo, como marginar a una candidata por el mero hecho de ser familiar de alguien. Todo es cuestión de cumplir la Ley y, según parece, Salas no ha participado en el proceso de selección en ningún momento. Hasta aquí, todo correcto.

Bien distinto es aceptar la pulcritud de los criterios utilizados en la selección. La transparencia no es un valor privativo de la izquierda valenciana. Es evidente, por más que se esfuercen en vendernos este cuento. Llama la atención que apenas se exija el bachillerato -y no un grado universitario- como requisito para trabajar en un proyecto de investigación europeo. O que se consideren los años de formación en ciencias sociales (¿?) con un máximo de cuatro, los mismos que la candidata había estudiado de la carrera de Sociología. No voy a aburrirles con más datos. Visto el baremo, es difícil demostrar que no estaba hecho a medida de alguien. Muy difícil. Aquí sí hay tela que cortar.

Surge el marrón y, lejos de poner orden, en Sanidad aparecen los nervios. Cualquier otro conseller hubiera exigido a su segundo de abordo que clarificara el tema. Ay, pero es que Sanidad es una de esas consellerias fruto de lo que vienen en llamar «mestizaje». Vaya, el caos más absoluto en el que cohabitan los socios del Consell. Su titular, Carmen Montón, no tiene las manos libres a la hora de llamar la atención a su equipo. La mitad se lo han clavado y así nos va en esta vaina. Salas opta por el silencio, bien segura de que su jefa real, Mónica Oltra, no actuará contra ella como antaño lo hizo al mínimo despiste de los populares. Ya no hay camisetas ni proclamas, que ahora todo es transparencia. Para rematar la faena, encargan al conseller de la misma, Manuel Alcaraz, que abra investigación. Juez y parte. Todo menos asumir que, como la mujer del César, en política no solo hay que ser honrado sino aparentarlo. Ojo, que la petición viene refrendada por los propios populares, quienes siguen sin enterarse de qué va el juego de la oposición.

El asunto pinta chungo porque este mal rollito de los «mestizos» no se limita a Sanidad. En Economía también andan a la gresca y el conseller del ramo, Rafael Climent, parece que no muestra mucho interés en reunirse con sus altos cargos socialistas, a los que suele excluir de las reuniones con el resto de la tropa. Bueno, en esa casa no se llevan ni entre los de la misma coalición, que el ejemplo de mantenerse en la poltrona cunde y la directora general de Internacionalización, Mónica Cucarella, tampoco considera que los asuntos de familia -en este caso, un pufo empresarial- deban influir a la hora de plantearse dimitir del cargo. Lo dicho, buen rollito pero nadie coge al toro por los cuernos, no vaya a ser que esté embolado y acabe quemando.

Mientras unos y otros van sacando las navajas -¿de dónde sale la información, si no es del «socio» de gobierno?-, en Sanidad buscan un chivo expiatorio. Ni corta ni perezosa, la consellera Montón se permite exigir el cese de un hombre serio, apreciado por sus compañeros, de intachable trayectoria profesional y, alucinen, que ¡hasta se ha bajado el sueldo! Todo es cuestión de finiquitar al director de FISABIO, Jacobo Martínez, para tapar las vergüenzas. Ya ven, cuestión de matar al mensajero y asunto zanjado. La idea no sería mala si no fuera por el pequeño detalle que les anticipaba: Martínez aún no era director cuando se contrató a la hija de la secretaria autonómica de Sanidad. Vaya, que no tiene nada que ver con todo este mamoneo. Si quieren encontrar al culpable -más bien, la culpable- de este desaguisado, quizás les oriente el nombre del archivo informático de la convocatoria. No hace falta tener especiales dotes de espía, sino algo tan simple como bajarse la convocatoria de internet y disponer de cierto conocimiento sobre cómo funcionan estas convocatorias. Mejor aún, antes de disparar, pregunten directamente quién la diseñó y, en su caso, si respondía a órdenes superiores. Pero, coño, dejen en paz al pianista.

Como no hay mal que por bien no venga, de lo anecdótico del caso obtenemos lecciones aprendidas. Por ejemplo, que la jerarquía de valores e intereses de los políticos se aleja mucho de la de los científicos. Jacobo Martínez está recibiendo todo tipo de apoyos de su gente -aquí va el mío- y, aun así, ha decidido no atrincherarse y ofrecer la cabeza pero no por ello reconocer una culpa que no tiene. Parece que, para el político, la dignidad es una virtud que le importa poco; el científico, por el contrario, la necesita para subsistir. No basta con encontrar luego una salida digna al cordero degollado; mejor sería no manchar el honor de quien no merece esta infamia.

Al margen de lo personal, en lo colectivo también hay motivos para reflexionar. En manos de Ximo Puig está un cambio de gobierno necesario. Va siendo hora de que el Molt Honorable ponga los puntos sobre las íes y se constate que los socios del Botànic no lo son tanto. Al menos, no lo suficiente como para convivir juntos sin acabar estando revueltos. No está en juego el reparto del pastel, sino el funcionamiento de una administración autonómica. Y el tiempo pasa.

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