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«El juici ja es vostre»

El domingo pasado bajé a la librería a comprar el periódico. La verdad es que verse uno transcrito en letra impresa en un diario de gran tirada como éste no es que llegue a uno a envanecerle pero, al menos, le alivia momentáneamente de ese unamuniano trágico sentido de la vida, esa precaria autoestima con la que a uno le parieron. Tus neuras negro sobre blanco. Pura terapia. Pero, al poco, se te pasa y vuelves a mirarte en el espejo y a insultarte incluso con confianza y sin reparar en exabruptos. Humana condición o lepra del alma. Quién sabe.

Bajé a la librería, digo, como cada domingo y la chica que me atiende que es un dechado de educación y simpatía me ofrece gratis con el periódico un libro en valenciano.

-¿Lo quieres?

-Claro. Me vendrá bien para aprender.

El libro se llama «Una casa que fa cantonet» y ya he empezado a leerlo. Tengo que decir en mi favor, antes de seguir, antes de que algún Dómine Cabra del valencianismo se me tire a la yugular que leo y escribo valenciano porque me gusta. Porque vivo en Alcoy y mi gente habla valenciano, porque me apasionan todas las culturas, porque procuro enriquecerme en la medida en que me lo permite mi horro sistema neuronal y porque no rechazo ningún vehículo que conduzca a ese incomprensible estadio de consciencia que llamamos belleza. Estudié un año valenciano en un instituto sacando tiempo de donde no había. Me presenté tres veces al elemental. Me presenté en Alicante a una oposición para enseñanzas medias. Allí hicieron una barrida descomunal porque lo primero que se juzga es el conocimiento de valenciano. Este año, según tengo entendido, la criba ha sido una sangría. Tres veces palmé indecorosamente hasta que un año en el que estaba convencido de haberlo bordado, recurrí. La santa inquisición, perdón, la Junta Qualificadora me contestó amablemente desglosando mi examen. No había ni un solo fallo en la gramática. Pero, al parecer, la parte oral era un desastre. Miren, no tengo la culpa de tener un acusado acento castellano, porque soy de Salamanca, a mucha honra. Es el caso que, para pasar la criba, para estar normalizado, es preciso sacar un siete, no se conforman con un cinco. Pues bien, yo saqué un seis con noventa y cinco. De cinco décimas dependía mi futuro y, si me apuran, el de mi hijo. Comprenderán ustedes que hasta al santo Job se le hubieran hinchado un poquito las pelotas de estar en mi caso. Cinco décimas dilucidan si tengo o no tengo derecho a trabajar. Y ellos saben, la santa inquisición, perdón, la Junta Qualificadora sabe, que la mayoría de los que nos presentamos y nos estrellamos contra su tamiz o contra su potro de tortura, lo hacemos a la desesperada, por imperativo legal, porque queremos trabajar, porque queremos demostrar la valía en las materias que elegimos y, mal me sabe decirlo pero, de lo que no se dan cuenta los inquisidores es que su porfía está haciendo el efecto contrario al que se proponen y que si siguen por ese camino modorro, inmaduro y demencial, seguirán perdiendo buenos profesionales, seguirán perdiendo valenciano parlantes y seguirán haciendo un flaco favor al noble idioma de Joanot Martorell. Ustedes mismos.

Ahora me presento por enésima a un concurso-oposición-bolsa de trabajo. Me hago con la bases y las leo con la unción del que está metido hasta las cachas en «La busca» barojiana de la vida. (Porque sí, porque tengo cincuenta y tres años y sigo buscándome la vida, a mucha honra también) Primero, claro es, conocimientos de valenciano. Nivel oral, un punto, nivel elemental, un punto y medio y así, sucesivamente. Llegamos al apartado de estudios superiores. Licenciatura universitaria, un punto. De modo que nos chupamos seis años de carrera, cientos de exámenes, una pastizara en matrículas, mucho sudor, muchos nervios, muchas horas de estudio para tener menos méritos que un solo examen de valenciano. Hemos levantado catedrales en planta, alzado y perfil, hemos dibujado cadáveres (que da un poco de mal rollo y un mucho de asquito), hemos superado los exámenes de historia del arte, hemos estudiado sicología, crítica de arte, anatomía, nos hemos partido la cara en proyectos curriculares, nos hemos dejado las uñas y la paciencia de los modelos en miles de papeles verjurados, a golpe de carbón y sanguina, pero estamos medio punto por debajo del examen elemental de valenciano. Un solo examen por trescientos durante seis años. Insuperable despropósito.

Bien, quiero acabar con una cita del gran Ovidi Montllor:

«Jo sóc qui sóc. Si vols veure'm, em veus. El meu treball el demostre como puc. I tant como puc, em done tot a ell. Millor, pitjor?El juici ja es vostre».

En valenciano, en castellano, en danés o en chino mandarín. No sé si me explico.

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