El calor de este julio está haciendo mella en los cuerpos serranos del personal. Estas mañanas de pleno verano que te atreves a «asomar el body» por las calles y vas sorteando el sol castigador cada mañana, entre cuerpos de verano mientras te arrastras por cualquier lugar para llegar a bancos, registros mercantiles varios, ventanillas de estamentos «varios» también y entrevees, pero solo un poco eh?, ese horizonte de vacaciones que se va pareciendo ya a un sueño de Faulkner? o si me apuras una geometría de Sempere y un paisaje deseable de Varela, entre almendros? estas, las mañanas vaya, resultan aterradoras. Sudor a gota gorda cayendo por la cara y unas ganas de mandar todo al carajo que es compartida por la mayoría de la población curranta que te rodea. Estas, que de vez en cuando, se relajan por una brisa maravillosa, un aromita a comidita de «mami» de toda la vida en piscinita o mismamente al sombrajo de casa y un aire acondicionado que desmaya? (que levante la mano el que no sienta ese gustazo por ratitos... ¿verdad?). Estas anteceden tardes de una tierna Alicante que me está sorprendiendo de nuevo. Este finde pensaba hablar de muchas cosas, mi cabeza bullía llena de propósitos, y no todos muy buenos, la verdad. Pero de repente me fui a comer al Portal, y de repente, me vi fascinada por la música de Barry White y la gente sonriendo entre copas de alegría desbordante. De repente, empecé a ver cómo hablaba de mis playas, de ir a comer un caldero de mújol en El Hondó de Elche, que al parecer se come entre con los dedos en un entorno de ensueño entre agua y marjales, me sorprendí hablando con alguien que no esperaba (genial por cierto...) de esos sueños de nuestra tierra. De un café en un pueblo de la sierra de Bernia, o de las montañas de Callosa y sus pequeños hostales de unos «guiris» entrañables como Casa León o los «glampings» de Aigues, de las calas de Jávea pero también de porqué a nadie se le ocurría, como en Fortaleza en tierras brasileiras, montar excursiones a caballo para recorrer los varios y largos kilómetros de playas casi salvajes del Carabassí, la Marina o Las Matas, o de Guardamar, entre dunas y kitsurfistas que, con un amor que ni nosotros profesamos, visitan cada mes y cada día estas tierras de Levante que son una gloria bendita para los sentidos. Me vi hablando del Castillo de Biar, de los caminos de El Pinós, de Salinas, de los viñedos de Monóvar, de los atardeceres de Altea, del arroz del Cranc, del skyline de Benidorm, de Marc Anthony en pleno conciertazo embebido por el «buen rollo» de nuestra gente, gente que merece la pena? me acordé del tomatito de raff, de los tacos de atún, de los baños de la Reina donde he saltado tantas tardes en El Campello entre ruinas de una piscifactoría de tiempos romanos? Del viento en la cara en el velero de los amigos surcando las aguas profundas azules hasta Tabarca, o de las doradas, los cientos de pececitos meciendo mi sombra en el agua profunda de sus fondos o de lo feliz que he sido, y soy, entre estos tiempos que han surcado mi vida hasta hoy. Todo eso, y mucho más, está volviendo a ser mi tierra, y por eso, y con ganas, consigo olvidarme de algunos que también la habitan. Esos mismos que, y no puedo dejar de señalarlo, tienen la osadía de no valorar lo que es importante en la vida. Esos que, como osados burgueses caducos y dignos de tiempos de «Charles Dickens» no entienden que todo esto se hace con esfuerzo, con tiempo y, desde luego, con dinero. ¡Sí, ese denostado y genial dinero! A esos y a los que te dicen «vuelva usted mañana», como si ese mañana te sobrara, les dedico la alegría de que, pese a ellos, volvemos a ser, a crecer, a respirar y a vivir. Feliz domingo del Mediterráneo. Esperando que todo vuelva a ser lo que fue, que ya tocaba...