Andan estos días los dirigentes de Podemos preguntándose qué ha ocurrido en las pasadas elecciones generales para no sacar los resultados que esperaban y que anunciaban unánimemente todos los sondeos electorales previos. Y para ello, han decidido encargar una encuesta con el propósito de saber por qué las encuestas han fracasado, algo que en sí mismo evidencia el grado de desconcierto en el que está sumida la cúpula de esta organización. Es lo que pasa cuando la borrachera de poder nubla la vista, pensando antes de las elecciones que ya eres uno de los ganadores con derecho a presidir gobiernos y repartir cargos.

Confundir la política con la estadística y la demoscopia, como están demostrando algunos dirigentes de esta formación, demuestra bien a las claras las limitaciones de un proyecto político cada vez más centralizado en un reducido grupo de líderes que han tratado de sustituir en demasiadas ocasiones la acción política por el oportunismo deliberado, al margen de unas bases y de unos círculos a los que solo acuden para refrendar sus decisiones o pedir la aclamación de sus líderes. La elaboración de las listas electorales por el dedo inapelable de la dirección, el uso de «cuneros» y «paracaidistas» que ni siquiera son conocidos en esa provincia (como hemos vivido en Alicante), el fichaje de supuestas estrellas mediáticas que pasean de una circunscripción a otra para ver si suena la flauta y sale diputado (como ha ocurrido con el general Julio Rodríguez) o ese indiscriminado uso de platós y programas de televisión a cual más esperpéntico, particularmente por parte del amado líder, Pablo Iglesias, son ejemplos de ello.

Creo sin ningún género de dudas que el fenómeno Podemos ha contribuido a cambiar la política en España, llevando a las instituciones demandas y luchas que estaban en la calle y que venían siendo planteadas por colectivos y grupos duramente golpeados por la crisis y por las políticas neoliberales que se han venido aplicando. En los últimos años, la sociedad hervía contra los desahucios salvajes, contra el desempleo masivo, contra la extensión de la pobreza, a través de las mareas de sanitarios y docentes que tomaban las calles para exigir que se frenara el desmantelamiento y la privatización de servicios esenciales, sin que el Gobierno, los partidos ni los poderes públicos atendieran toda esta marea social que como el vapor en una olla a presión amenazaba con estallar. El fenómeno Podemos canalizó buena parte de estas reivindicaciones, dándoles un cauce político y llevándolas hasta numerosas instituciones, pero lo hizo monopolizándolas, ahogándolas en muchos casos bajo la mercadotecnia de un grupo dirigente capaz de atrapar buena parte de ese desencanto, especialmente el juvenil, mediante análisis y consignas que no dejaban títere con cabeza: contra la casta política, la corrupción, la partitocracia, los recortes, todo ello utilizando a fondo las redes sociales y con una presencia televisiva que encumbró rápidamente a algunos de sus dirigentes.

Pero a medida que han pasado los meses, el pragmatismo y el realismo se han impuesto, haciendo de Podemos un partido más de la casta a la que con tanta agresividad criticaba, incluso con sus tránsfugas y todo, como en Alicante demuestran Nerea Belmonte y Covadonga Peremach. Y esto ha llevado a diluir el discurso político, las reivindicaciones y la ideología en una amalgama de mensajes contrapuestos que han acabado por confundir y hasta por expulsar a una parte de su electorado. Un día Podemos era un partido transversal y al día siguiente ya no había izquierdas ni derechas sino arriba y abajo. El lunes aparecía Pablo Iglesias llamando padre y llorando junto a Anguita, para seguidamente el martes decir que Zapatero es un político impresionante al que llama con frecuencia para pedirle consejo, mientras el miércoles proclamaba la necesidad de acabar con el PSOE. No es difícil entender que esta progresiva corrosión ideológica, a través de estos mensajes deliberadamente contradictorios dirigidos a captar el mayor número posible de votos, han dejado perplejos a un buen número de seguidores y votantes, desconcertados ante un proyecto político cada vez más patrimonial y desfigurado.

A los dirigentes de Podemos les sobra soberbia y les falta humildad. No es el Brexit ni la campaña del miedo, como dicen, lo que les ha hecho perder votos, sino el tratar de hacer un proyecto de izquierdas sin izquierdas, desdibujado ideológicamente y arrogante políticamente. Para su cúpula lo importante no es el proceso, el haber llegado a sumar más de cinco millones de votos en apenas un año de vida y poder construir un proyecto colectivo nuevo, sino el ver cada día más lejos la Moncloa y por tanto, no poder acceder al Gobierno, a los ministerios y cargos, algo que daban ya por hecho. Solo con la contradictoria estrategia de mercadotecnia de sus dirigentes, Podemos no avanzará política, social ni electoralmente.

@carlosgomezgil