Por unas u otras razones estamos acostumbrados a que cuando llegan los periodos vacacionales, sea cual fuera, nos encontramos con imágenes de aeropuertos llenos de viajeros tirados literalmente, y quejándose amargamente en mostradores de distintas compañías aéreas, algunas más que otras. Unas veces lo son por razones de huelgas, cubiertas y encubiertas, y otras por problemas organizativos. Pero el caso es que con el último que se cuenta en estos casos es siempre con el viajero. Con esa persona que ha estado esperando todo el año poder coger a su familia, elegir un destino y estar esperando largo tiempo para poder disfrutar de esa semana de vacaciones tan merecida y que estaba esperando con deseo y con merecimiento.

Cuántas veces habrá estado esperando esa familia ese anhelado día de levantarse con las maletas ya hechas y salir en coche o en taxi hacia el aeropuerto con la ilusión de ponerse un bañador e irse a la playa a relajarse debajo de una sombrilla, o llevar a cabo esa excursión que tanto deseaba hacer con su gente. Cuántas veces habrán disfrutado en una mesa preparando excursiones o lugares donde acudir esos días. Y, sin embargo, lejos de todos esos augurios o aspiraciones de disfrutar y relajarse de un duro año de trabajo resulta que sus peores pesadillas van a emerger cuando se dan cuenta de que lo que iba a ser una salida relajada se convierte en el peor día del año, viendo cómo su vuelo se retrasa, no sale, es cancelado y con ello ha empezado a perder los días que ya tenía contratados y pagados.

Cuando vemos esas imágenes en televisión lo primero que deben hacer los responsables de ese desaguisado es ponerse en la piel de estas familias que, en muchos casos con limitados recursos económicos, habían esperado meses para que llegara ese día que se convierte en un cúmulo de problemas, enfados y descontrol, además de sin vislumbrar una solución al retraso en salir su vuelo, o en conocer cuándo empezará su viaje. Y, en todo caso, sabiendo ya de antemano que está perdiendo días de sus vacaciones que en su centro de trabajo ya no va a recuperar, además de iniciar un largo camino de reclamaciones para que le puedan compensar con el dinero ya gastado en el hotel de destino. Pero, nos preguntamos, ¿cómo y en qué medida se van a compensar este tipo de atropellos? ¿Cómo y en qué medida se le va a explicar a esos niños que estaban deseando irse de vacaciones con sus padres que están perdiendo días de disfrute en ese lugar sobre el que tantos días se habían reunido en la mesa con sus padres preparando lo que iban a hacer y muchas cosas más que, de repente, empieza a frustrarse por la incapacidad de muchas personas que no saben o no quieren saber que las personas no pueden ser tratadas como lo hacen en estos casos algunas entidades? Con una indiferencia y una falta de respeto que merecen ser sancionadas de forma contundente por quien tenga capacidad para ello y sin que nos podamos abstener en ningún caso de tomar las medidas que sean para que este tipo de hechos no vuelvan a ocurrir.

Pero nótese que estos hechos no son algo aislado, sino que se repiten con frecuencia año tras año y nos siguen ofreciendo imágenes por las que ninguno de nosotros desearía pasar en ningún caso. Y si se repiten es porque se siguen sin adoptar medidas de control o evitación de estos sucesos, o respuestas contundentes de quien debe adoptarlas y que eviten su repetición. Porque al final el perjudicado es siempre el mismo: el ciudadano que nunca va a ser recompensado con una indemnización por quien le corresponda, cuando esta llegue, y si es que llega. Porque estos hechos no se resarcen con unos cuantos euros, o con la devolución del billete, ni aún con que te abonen el día de hotel que has perdido, ya que la pérdida de parte de unas vacaciones integra un daño moral de difícil cuantificación económica por la cantidad de conceptos que ello puede suponer, ya que no solamente es que se haya perdido el hotel ya pagado, sino ese daño moral de una familia entera o grupo de personas que tenía depositadas sus esperanzas en pasar unos días de alegría en compañía de sus seres queridos y que por las razones que en cada caso nos explican se traduce en un calvario y en un caos organizativo que supera todo lo previsible.

Ante todo esto, la normativa y la respuesta ante estos casos debe ser la proporcional al daño causado a la cantidad de personas que se convierten en grandes perjudicados por las imprudencias de los demás, y que con independencia de la calificación técnica a cada caso, es la falta de respeto que se tiene hacia los ciudadanos lo peor que podemos detectar en este tipo de casos. Y cuando se pierde el respeto hacia lo que los demás sienten y padecen es cuando las medidas deben ser ejemplarizantes para evitar que cada año nos encontremos con las mismas escenas lamentables.