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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Placeres (im)posibles

A estas alturas de la vida, cuando hace tiempo dejamos atrás el Rubicón, y el camino que nos queda por recorrer es sensiblemente más corto que el que dejamos atrás, nos basta con tener derecho a seguir disfrutando de esos pequeños placeres de la vida. De los placeres posibles que configuran nuestra pequeña agenda de cada día. No constituyen nada relevante, pero en su sencillez apuntalan una buena calidad de vida. Estás vivo y tienes un DNI, me espetó un amigo una vez que me vio quejumbroso a propósito de la situación que nos acosa. Desde entonces reparo en sus palabras, que equivalen a las del mejor analista, sensato y curtido. Estoy vivo, tengo un DNI, y poseo una serie de aficiones que me hacen sentir muy feliz. Casi todas tienen en común el placer que me produce ejercer de espectador, espectador a tiempo completo. Disfrutando lo mismo de todas las ficciones que en este mundo son, como de esos bocados de realidad que nos propician los medios. Todos los medios.

Me conformo con poco. Ya se sabe, de salud andamos medio-medio; en lo económico, somos supermanes del equilibrismo, que eso es sobrevivir con lo mínimo; y en el amor, bueno, en el amor puede que pellizque, llegados a esta edad, saber que no vamos a tener nietos, lo que después de haber cursado tantos Masters en educación emocional, parece un derroche de amor inédito. Pero no hay vida perfecta.

Me conformo con poco. Pero temo que mis pequeñas zonas de confort se puedan ir al garete por culpa de esta sociedad arrebañada que corre mucho más rápido de lo que uno puede alcanzar. En la que todo es provisional y nada es definitivo. Y si solamente me fijo en el presente, es para darse un canto en los dientes. En lo que va de año he podido disfrutar de mis estrenos de cine los sábados y domingos a mediodía. Cada viernes, a eso de las 4, he saboreado mi película de la semana en un pantallón. Entre semana, siempre que me ha apetecido, he tenido acceso a las salas de lectura de las bibliotecas generales de la UA y la UMH. En la planta baja de la UA me han aguardado los 22 periódicos instalados en la estantería, intactos, custodiados por el guardia de seguridad. Y en la segunda plata de la UMH, un tanto escondidos, he tenido a mi disposición los seis ejemplares. En ambos casos los diarios han estado la mayoría de días enteramente a mi disposición, sin que nadie los haya abierto hasta entonces.

¿Pero cuánto puede durar esto? Por pura demografía, por beneficiarse de una población de dos millones de habitantes de la que la capital apenas reúne a un 20%, ésta tiene sus ventajas. En comercio, en ocio, en todos los órdenes. Pero aun así no estoy tranquilo. Me pregunto hasta cuándo podré seguir viviendo mis viernes de cine español, descorchando lo novísimo a las 4 de la tarde en una sala de 200 butacas con 199 vacías; hasta cuándo podré continuar saboreando cine argentino, cine europeo, cine independiente, no ya un domingo por la mañana, sino a cualquier hora del día. Hasta cuándo se me brindará la oportunidad de perderme en esa jungla de periódicos. Hasta cuándo la de disfrutar de un nuevo estreno de Paco Bezerra o Alberto Conejero, si a la hora de la verdad no encontramos en la ciudad más de 500 espectadores que los acojan con los brazos abiertos. La de asistir a las sesiones de la Cinemateca de los lunes, no tanto por los nubarrones que acechan a la Fundación que la auspicia, cuanto por la ausencia de jóvenes (¿dónde está el relevo generacional?).

Si no fuese por tantas dudas razonables, el ritual de cumplir años sería más llevadero. Pero cuando tantos placeres posibles andan en la cuerda floja, parece imposible no torcer el gesto.

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