En el libro de Dante Panzeri «Fútbol, dinámica de lo impensado», imprescindible para cualquier entrenador, aparece una frase de un gran aficionado llamado Javier Marías que lo define como la recuperación semanal de la infancia. Y todo el desarrollo del mismo tiene un hilo argumental, el fútbol no se puede enseñar, lo cual es un golpe bajo en todo el andamiaje teórico del gran negocio que hoy es este deporte. De hecho, el autor defiende que los entrenadores y directores técnicos han eliminado el espíritu lúdico, improvisado y festivo que envuelve este juego y han reducido, junto con las condiciones de la vida moderna, la posibilidad de que abunden los peloteros de verdad. Hoy se elogia a entrenadores que eliminan la creatividad en favor de un orden imposible, que solo existe hasta que aparece el jugador que desbarata cualquier táctica. Al fin y al cabo cuando coge la pelota Iniesta, Zidane, Ronaldhino o Messi todo lo que tenías entrenado se deshace gracias a la magia del jugón.

Esta verdad la desprecian casi todos los preparadores fascinados con los sistemas y la preparación física y se reproduce en las categorías de formación, limitando el progreso del niño dotado para el juego de manera natural, aquel que pule su condición de futbolista a base de horas (incontables) con una pelota, solo o en competencia con otros. Lo que antes se llamaba el potrero o el canchero. Hasta los padres elogian que niños de 12 años defiendan con fiereza y aguanten la portería a cero, en lugar de festejar el juego combinativo, el driblin o la finta inesperada. Puro fútbol industrial.

Luís del Cueto, posiblemente el preparador con menos títulos académicos de la escuela oriolana, ha sido sin embargo el mejor o uno de los mejores en esa etapa de formación. Y su falta de estudios específicos es lo que le ha mantenido fresco, incontaminado, permitiendo que trasmitiese a sus chicos lo que es, de verdad, este precioso deporte, lejos de las ataduras que imponen los cursos de formación y por tanto muy próximo a la esencia del juego, a su pureza como deporte de pícaros, de engaño, en lugar de choque. Luís sabe que al fútbol se aprende jugando, queriendo a la pelota, asociándose. «Con Luis del Cueto, el mítico delantero centro del Orihuela Deportiva, como profesor de la escuela aprendí a ser un futbolista ganador», así se expresaba Verza. Y cuando le comentaba a Rafa Páez, exjugador del Real Madrid juvenil, hoy en el Alcorcón, mis dudas sobre si escribir esto, me animó a hacerlo y recordaba emocionado como le dirigía: levanta la vista, tranquilo, piensa, juega... nada que ver con los habituales corre, no regatees, más fuerte, que impiden al niño hacer lo que siente y lo castran, en muchos casos, hasta anularlo como jugador o aburrirlo haciendo del mismo un burócrata, insulso e ineficaz.

Yo lo he visto entrenar y a pesar de sus limitaciones o quizá, gracias a ellas, Luís del Cueto siempre ha respetado los dos elementos esenciales: el niño y el balón. No podemos hacer futbolista al niño que no nace para ello, pero podemos abortar una posible carrera fácilmente cuando aplicamos todo el arsenal de tácticas, métodos y sistemas que buscan un orden imposible, una anticipación de qué va a suceder, en una actividad dotada de una incertidumbre permanente en la que reside toda su magia. Los preparadores quieren atar lo inaprensible, para ello coartan la creatividad del jugador.

Y una confesión. Estudié preparación física cuando imperaba la idea de que haciendo a un joven buen atleta resultaba luego sencillo transformarlo en jugador. Craso error. Luís tuvo su epifanía de la mano de Horst Wein, después de asistir a una jornada de enseñanza del fútbol base que organizamos en Orihuela. Poco tiempo más tarde me confesó emocionado cuánto había aprendido con aquel tipo y reconocía con entusiasmo que estaba seguro de que su verdadera vocación en el fútbol era enseñar a los niños... y lo ha hecho muy bien. Todos deberíamos aprender de su naturalidad, sencillez y aplastante lógica. Como dice Panzeri por boca de grandes futbolistas: ¿hay jugadores? Se jugará bien. ¿No hay jugadores? ¡No se podrá jugar bien!