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Incertidumbre

Había incertidumbre sobre los resultados del 23-J («Brexit») y del 26-J (Moncloin). Lógico. Las encuestas, manipuladas, arriesgadas, difíciles o prácticamente imposibles no daban para muchas certezas. Pero ese no era el problema de fondo. El problema consistía en lo arriesgado que resultaba hacer cualquier pronóstico a partir de cualquier posible resultado. Como ya indiqué aquí, en el «Brexit», independientemente del doloroso caso de Jo Cox, se había mentido tanto sobre las contradictorias consecuencias, que era imposible saber qué efectos tendría el «remain» o el «leave». Y en esas estamos.

Algo parecido sucedía con el 26-J y su penosa campaña previa llena de fuegos artificiales, espectáculos televisivos, polémicas sobre asuntos banales, temas irrelevantes por imposibles (solo faltaba que alguien propusiese abolir la ley de la gravedad) y sutil manera de evitar coger el toro por los cuernos y decir qué haría el partido o similares si sucedía tal o cual cosa (¿dijeron algo sobre lo de las coaliciones?), cómo afrontaría la posibilidad de uno u otro resultado del 23-J y qué efectos tendrían sobre las Españas (y qué hacer en su caso) las restantes incertidumbres que siguen revoloteando aunque prefiramos mirar al suelo cercano.

La inmediata es la misma Unión Europea, qué va a ser de ella después del «Brexit» y ante cómo cambió de nombre al Mar Mediterráneo que pasó a ser Mar de los Muertos. Pero también cómo va Bruselas, como buen autoritario, a cebarse con el débil mientras adula al fuerte. España, con el gobierno que sea (que tanto da), es débil, endeudada y con un sistema financiero dependiente y frágil para el que se piden ulteriores fusiones.

Porque esa era una incertidumbre más que se añadía a las anteriores: qué iba (qué va) a pasar con el sistema mundial. Militarmente, con juegos de guerra, a lo Guerra Fría, de la OTAN haciendo acto de presencia en la problemática frontera polaca con Rusia, justo cuando Moscú albergaba una importante cumbre económica. Y no valía decir que era para así justificar la mera existencia de la OTAN.

Pero incertidumbre también en el terreno económico. Resulta difícil entender y, mucho menos, predecir resultados o efectos, por ejemplo, del hecho de esa deuda pública y privada mundial del orden de los 230 billones de dólares, algo así como el 300 por ciento del Producto Interno Bruto mundial. Grandes deudores como los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania o Luxemburgo y prestamistas como Japón, Alemania (también aquí), China, Hong Kong, Taiwan o Noruega.

Se pudo entender en su día la crisis de la deuda latinoamericana y su década perdida o los efectos, en los 90, de burbujas inmobiliarias y bursátiles en el Japón (del futuro de las burbujas solo se sabe que revientan; y, en este caso, reventaron). Incluso se puede entender la deuda griega, mezcla de incompetencia local y de presión externa en un momento de exceso de liquidez bancaria. Cómo se vayan a afrontar o se hayan afrontado esas deudas (quitas, planes Brady, austeridades, dinero desde el helicóptero etcétera) es pensable, incluso observable. Pero ya no es tan fácil hacerlo sobre la deuda mundial, por lo menos desde el punto de vista de un ciudadano corriente y moliente que, como yo, no conoce los secretos arcanos de las ciencias económicas. Alvin Toffler, recientemente fallecido, coautor de El shock del futuro, reconocía que «lo más importante en que nos equivocamos fue la economía. Fuimos insuficientemente radicales en cuestiones de economía porque éramos jóvenes, inocentes, y todavía creíamos a los economistas».

La incertidumbre está flotando en el ambiente. No hace falta ser un experto en gases tóxicos para sentir el mal olor que algunos de ellos emiten. Cierto que por el humo se sabe dónde está el fuego, pero eso es en teoría zarzuelera: percibimos el humo, pero no vemos el fuego ni sabemos por dónde está ni qué vientos lo mueven en una dirección u otra.

La incertidumbre es mala consejera. Cuando los humanos no conseguimos certezas, nos las inventamos y nos aferramos a ellas como a un clavo ardiendo. O nos retraemos de forma igualmente peligrosa: dejamos el campo libre para salvadores varios cuya única certeza es la de querer ser los Amos. Es, creo yo, uno de los factores que influyen en esta proliferación de «neofascismos en construcción», «neoliberalismos en decadencia» y «neopopulismos en ascenso». Tomo las tres palabras y su especificación de una entrevista leída en medios estadounidenses y referidas, respectivamente, a Trump, Clinton y Sanders. Si se inyecta suficiente incertidumbre en la política, siempre habrá quien enferme.

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