Otro que tras dejarse en el alero más de un millón de votos, tras la fagocitación de Izquierda Unida, ni piensa remotamente en dimitir. Iglesias, en medio año escaso ha perdido lo que pretendía ganar con el fallido lema de Unidos Podemos. No se percibe en su rostro esa sonrisa fatua que mostraba en la propaganda electoral de su movimiento, pero se ha convertido en un auténtico maestro en echar balones fuera, en ver siempre culpables exógenos a su gestión. Está visto que se ha convertido en uno más de la casta que él mismo vilipendiaba, el que venía a regenerar, a cambiar modos y maneras, ha terminado por mimetizarse, convirtiéndose en uno más de los que despreciaba con la boca antes de paladear la entrada al Congreso, cuando desde las calles, insultaba, animaba a la toma del poder por el pueblo y terminó por utilizar el movimiento para sí mismo y sus círculos más íntimos, en detrimento de muchos, cinco millones de votos siguen siendo una barbaridad, que van poco a poco descubriendo sus aviesas intenciones y proyectos inverosímiles elaborados en países de dudosa praxis democrática.

La incongruente cartelería de Podemos con ese gesto forzado de felicidad, con el que sus líderes de sus variadas confluencias, con Iglesias en el centro, han invadido las calles de todo el territorio nacional, no es más que la constatación de sus intensas contradicciones. No es posible estar todo el día con la matraca de que España es un desastre, de que los recortes han sido brutales, de que hay no sé cuántos millones de españoles al borde de la pobreza, de que el empleo que se crea es precario y humillante, de que la Universidad está ahogada por el Gobierno popular, de que hay corruptos a miles, y sin más hacerse una foto de familia en la que todos los dirigentes sonríen a la cámara como si se tratara de una instantánea de alguna celebración familiar que guardar para el recuerdo. Cuando la descripción que das de tu país es tan ominoso, no puedes ni debes sonreír dirigiéndote al electorado, el rictus ha de ser serio, de preocupación, de zozobra, de angustia por la situación en la que se encuentran una gran parte de la ciudadanía según tu propia descripción de la realidad social.

Defraudados por el resultado electoral, han cobrado como primera pieza para seguir desgastando un sistema que quieren destruir, al fraude electoral. Desde las confluencias, pasando por los segundones incorporados para optar a un escaño, han comenzado una campaña de desprestigio de clara y contundente victoria del Partido Popular, despreciando a sus votantes y repartiendo insultos y menosprecios, en un auténtico frenesí del todo vale. Desde Julio del antiguo JEMAD, pasando por Colau y Oltra, han utilizado redes o ruedas de prensa para poner en entredicho la moralidad de ocho millones de españoles sin siquiera pestañear. De ese caldo de cultivo, nacido por el rencor de no haber llegado a las expectativas demoscópicas que les auguraban un éxito sin precedentes, se pasó sin solución de continuidad a la toma de las redes sociales, en las que simpatizantes, anónimos y algunos conocidos como Alberto San Juan, acusaron directamente al Gobierno de pucherazo, de fraude electoral, basándose en aviesas invenciones, verdades a medias e irregularidades propias de cualquier jornada electoral, esparciendo un olor nauseabundo por todo aquel que se asomara a su ordenador en los días siguientes a los comicios. Ni los miles de componentes de mesa, ni interventores de partidos podrían ponerse de acuerdo para promover un fraude como el que el mal perder de los podemitas han puesto en circulación. Confabulaciones paranoicas intentaban poner en alerta a la población española de un fraude que nada más existía en la cabeza de esos miles de defraudados. Desanimados, rijosos y alterados han terminado los que comenzaron con una incongruente y fingida sonrisa.

Como quiera que por fortuna tenemos uno de los mejores y más fiables ordenamientos y reglamentos para la jornada electoral, y posterior conteo de los votos introducidos en las urnas, la jugada les ha salido mal, y aunque con la boca pequeña, el líder carismático, terminó por reconocer que no hubo fraude electoral en su juguete televisivo Fort Apache, donde dice encontrarse como pez en el agua. En el mismo programa en el que impartió su perorata explicativa sobre lo que impidió a su movimiento, no solamente dar el manido sorpasso, sino acceder al Gobierno de la nación. La sonrisa del movimiento destacada por la mercadotecnia fallida en el rostro del líder de la formación morada, recuerda a la «sonrisa del régimen», que distinguía a aquel secretario general del movimiento llamado Solís, que con su chaqueta blanca, rebosante de medallas, intentaba representar al díscolo falangista de la dictadura franquista.