Los medios de comunicación sin duda influyen en la percepción de todos los temas, pero independientemente de la desinformación, los resultados del referéndum muestran que la mayoría de las personas comunes tienen las ideas claras. La gente sabe que hay una mafia codiciosa que se enriquece a costa del sufrimiento de cientos de millones de personas.

La gente sabe que, si bien la tecnología y la globalización facilitan la producción y el comercio, los beneficios no se comparten con los empleados, sino que se usan para aumentar el desempleo, desestabilizar puestos de trabajo y que enriquecen a los ricos. La gente sabe que la deuda pública emitida para mantener burbujas en los mercados financieros, disminuye el valor de los salarios, las pensiones y los activos tangibles del 99 por ciento. La gente sabe que la desregulación financiera y la inversión alargan la mano de los carteles empresariales. La gente sabe que el 1 por ciento quiere privatizar los servicios públicos -como Educación o Justicia- cuya eficiencia se mide por cobertura, para sacar provecho de ellos. La gente sabe que esas malas políticas pueden afirmarse, irreversiblemente, con acuerdos económicos internacionales.

Ese es el plan para la sociedad europea de las autoridades europeas y de los gobiernos nacionales. Hay mucha rabia contenida contra esa traición de nuestros partidos políticos tradicionales e incluso nuestros sindicatos. La actual clase política europea la integra una mayoría de oportunistas ineptos, chantajeados por los medios de comunicación y por agentes extranjeros. A esa clase no se le puede confiar el poder.

El sistema institucional de la Unión Europea no es de tipo representativo. Se le quiso de esa manera; se le quiso indiferente a la presión política, social o económica europea. No puede evolucionar porque ni siquiera contiene mecanismos para su reforma. Es tan inmune a las presiones que Mario Draghi -ex Goldman Sachs y presidente del Banco Central Europeo- pudo sustituir a la Reserva Federal en su Quantitative Easing (emisión inorgánica de deuda pública) emitiendo 1,6 billones de euros para dar a los banqueros el dinero con que seguir inflando sus particulares burbujas financieras; luego él mismo admitió a la prensa que el BCE planea bajar el valor del euro hasta llevarlo a la paridad con el dólar estadounidense. Esto significa que el BCE hará el papel opuesto al de un Banco Central: que erosionará el valor de los salarios, pensiones y propiedades europeos para rescatar al dólar estadounidense. Él no está en la cárcel, tampoco alguno lo acusó de empujar la fuga de capitales o de robar a los europeos.

En la Europa moderna los partidos que se llaman a sí mismos socialistas -socialistas franceses, socialdemócratas alemanes, españoles del PSOE- ejecutan políticas neoliberales. Los partidos que proponen un cambio radical surgen en Italia, España, Portugal, y tal vez, Grecia. En Europa la gente preocupada por problemas sociales, ahora habla de cuestiones financieras, no de filosofía política. Esos son los partidos que realmente quieren gobernar, que desean emitir dinero nacional, incurrir en déficit, gastar en la economía. Nada de eso se puede hacer bajo los acuerdos de Lisboa, donde el BCE solo crea dinero para dárselo a los bancos, no dinero para gastar, para financiar nuevas inversiones y nuevos empleos. La zona euro quiere recortar los sueldos y las pensiones con el fin de mantener las apuestas de los bancos en los mercados de valores y proteger las inversiones del 1 por ciento mundial.

No es de extrañar que Geert Wilders, el líder de los nacionalistas holandeses, diga que quiere una Holanda con su propio banco central. No es de extrañar que Víctor Orban quisiera un Banco Central Húngaro que defienda el florínt. No es de extrañar que Marine Le Pen y Matteo Salvini estén pidiendo referendos nacionales sobre la Unión Europea. Ellos no quieren que Bruselas siga devaluando las inversiones y el dinero para los cuales franceses e italianos han trabajado. Ellos quieren su propio Banco Central, para que cuando el interés económico nacional lo requiera, se pueda incurrir en un déficit presupuestario para crear empleo que, como es notorio desde SISMONDI, es la clave para el crecimiento económico.

Europa tenía una economía sana hasta que una economía basada en deuda financiera, originada en Wall Street, la infectó y la arrastró a la crisis de 2008. Fue entonces cuando Bruselas pidió a los gobiernos nacionales que salvasen sus bancos con dinero público. Es esa deuda y no otra, creada con el fin de salvar de la quiebra a los muy ricos, lo que hizo necesaria la austeridad pública.

La salida de la Unión Europea significa la disminución de la austeridad y ningún dinero público para los banqueros. En Inglaterra, el patrón de votación tuvo a Londres -el hogar de la City financiera- y los centros universitarios, Oxford y Cambridge, donde abunda la juventud intoxicada por los medios, que agita frenética sus pulgares en pantallas de teléfonos, a favor de la permanencia. Las zonas obreras de norte y sur, la clase media y la clase industrial votaron para salirse. Mundo virtual vs mundo real. Economía virtual vs economía real. La mayoría se opuso a la austeridad, se opuso a las políticas anti-laborales, se opuso a los pro-bancos de Bruselas, se opuso a hacerlas permanentes con el TTPI.