Tras la repetición de las elecciones generales, los análisis de los resultados y sus causas van por siglas, aunque lo cierto y verdad es que la ciudadanía, con su voto, ha inclinado la balanza del lado del bloque de las derechas, lo que incluye a los diferentes nacionalismos más o menos emboscados.

Baste decir, como síntesis de lo sucedido, que a los factores propiamente internos, propios de una España doliente, se sumaron en esta ocasión otros factores externos no menos inquietantes. De suerte que, en los días previos a la votación, se dibujó un panorama de incertidumbre tal que llevó a un sector importante de votantes a buscar refugio en valores seguros, ante el temor de una desestabilización aún mayor de nuestro país.

Así pues la situación ha cambiado. De hecho, es un episodio más entre los muchos que apuntan a un cambio de ciclo político más general, más amplio, no solo en España sino en el conjunto de los países que forman parte del hoy tocado proyecto europeo.

Si bien en una primera impresión el partido popular se ha alzado con la victoria relativa en las elecciones, emplazando a Rajoy a tomar las riendas de la formación de Gobierno, un análisis más ponderado indica que el PP no tiene la autoridad necesaria para configurarlo por sí solo, y menos aún para armar un gobierno estable, pues no le va a resultar nada fácil atraer a su órbita a socios que lo sostengan.

Descartado el protagonismo de UP -que no solo ha fracasado en sus expectativas, rebajando su ya débil y confuso techo, sino que se va a ver envuelto, probablemente, en tensiones y defecciones internas- afloran las verdaderas cuestiones que hay que abordar si lo que queremos es salir del laberinto y evitar unas terceras elecciones, las cuales prolongarían la fase transitoria de gobierno en funciones y sumirían al país en una profunda decepción (además de bajar los brazos, como país, ante decisiones de calado que no pueden esperar). Si por una de aquéllas el Partido Popular se enquistara en sus posiciones y especulara con mantener el bloqueo, a la espera de réditos electorales, no solo incurriría en una gravísima irresponsabilidad, sino que sufriría a buen seguro el castigo de la ciudadanía.

Respetando las pretensiones y los cálculos de las distintas fuerzas políticas, todos ellos legítimos, la situación a que está abocada España en estos momentos se puede resumir en una sola idea: anteponer los intereses generales a los partidistas, y abordar desde esta perspectiva los principales problemas que tenemos planteados. Un punto fuerte de partida a estos efectos bien podría ser el programa de Gobierno que PSOE y C's consensuaron hace pocos meses y que fue deliberadamente abortado, de consuno, por los dos extremos del arco parlamentario.

A mi modo de ver, la única fuerza que puede llevar a cabo, en las actuales circunstancias, una intervención política para hacer posible cambios reales y palpables en el futuro inmediato es el PSOE. Como tantas otras veces en la historia reciente de España, los socialistas van a tener que desplegar un plus de responsabilidad en beneficio de la mayoría social. Pero no se les puede pedir, ni los socialistas aceptar, servir de burladero para tapar las políticas que nos han traído hasta aquí y borrar el rastro de corrupción que la derecha lleva consigo. Por tanto, y ante la imposibilidad de un gobierno alternativo -que implicaría, por otra parte, dar entrada a formaciones independentistas- la única manera de avanzar es que, desde la oposición, el PSOE sea capaz de forzar y condicionar la agenda de estos próximos años en el sentido indicado.

Frente a la estrategia especulativa de los extremos, PP y UP, que anteponen sus intereses a corto con la única intención de mantenerse u ocupar el poder, el partido socialista tiene que arremangarse una vez más y ponerse manos a la obra con el fin de impulsar avances reales y tangibles en la sociedad española. Frente a la inanidad y la brujería; frente a exorcistas y fabuladores, el único camino es pegarse el terreno y ceñirse a la realidad, tal como es. Son muchas las personas perdedoras de la crisis que merecen dignidad y respeto. Son muchos los problemas pendientes; son muchos los retos que tenemos que enfrentar. Son muchas las ilusiones que tenemos que realizar.