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Antonio Machado y los decimales

Me van a perdonar ustedes si empiezo este delirio dominical con una de las citas literarias más manidas, sobadas, alcanforadas y recurrentes del panorama citador español pero no encuentro mejor arranque, dadas las circunstancias. Decía don Antonio Machado «El Bueno», señor de las moscas del hastío en Soria, amo y señor de un limonero en Sevilla: «Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Enseguida se echa de ver que el bueno de don Antonio lleva ya muchos años dándole de comer ambrosía poética a las malvas y no estuvo presente, al menos en cuerpo, en la noche electoral del otro día. Las dos heladoras Españas de don Antonio se han convertido en una, con «decimales» y ha pasado de ser heladora a desasosegadora. Que ocho millones de españoles, son muchas personas y muchos españoles y ya tal. Sí, hay ocho millones de españoles, si no más, que no caben en sí de gozo y unos cuantos decimales que estamos flipando gambas. ¡A ver si es que los decimales estamos equivocados, somos ceporros a sabor y no entendemos muchas cosas! No entendemos por ejemplo frases como ésta, que sin duda tienen un alto sentido filosófico y no lo pillamos: «Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde». O esta otra de reciente cuño, tan reciente que se pronunció en el discurso triunfal (iba a decir «el año triunfal», en qué estaría yo pensando) del balcón de Génova hace cuatro días: «No ha sido una etapa fácil, dicho de otra forma, ha sido una etapa muy difícil». Y es que los decimales de esta nueva España debemos ser muy torpes y no entendemos que la nueva y saludable democracia pasa porque te tiren de tu casa sin contemplaciones a golpe de fusta y casco de metacrilato, pasa porque los medios de comunicación mamporreros del gobierno de turno tienen la boca grapada, pasa por unas leyes insuperables en crueldad como la ley mordaza en la que si se te ocurre fotografiarle la jeró al energúmeno que te está apaleando se te cae el pelo, después de haber perdido un par de dientes y tu casa, pasa porque se te acabe tu padre en tus brazos como una pavesa porque no acaba de llegar la ayuda de dependencia, pasa porque te mueras de asco y de un infarto en el pasillo de un hospital porque hay menos médicos activos que futbolistas, pasa porque metan la mano hasta el codo en la hucha de las pensiones, porque permitan contratos basura y despidos por el morro tras haber arruinado años de sangre y lágrimas humanas congeladas en la lucha sindical y en el derecho del trabajador, pasa porque lo más normal es que los que nos gobiernan tengan cuentas turbias en paraísos fiscales, porque cuando vienen mal dadas y están en trance de ser descubiertos, se saquen de la manga una ley de amnistía fiscal. (Tomo aliento).

Los decimales no entendemos que la democracia pasa porque se den mensajes de aliento a un delincuente, ese señor del que usted me habla, porque la que muñequita de porcelana se arme la peineta un lío intentando en diferido y en modo de simulación justificar el sueldazo del trapazas encarcelado, porque lo normal es que se le pongan medallas a la imagen de una virgen y que un ángel llamado Marcelo le busque aparcamiento al ministro del interior. Pasa porque cierren plantas de oncología infantil, porque usen nuestro IVA para pagarse carretadas de putas, mariscadas y otros oropeles con tarjetas negras, rosas o amarillas, porque un hurto de ochenta euros valga por cinco años de cárcel y otro de ochocientos mil se quede en agua de borrajas y prescriba aceleradamente. Los decimales, parias de la nueva España, una, grande y alucinógena no entendemos que los lavados de cerebro, el discurso del miedo, el voto a lo bobo, el trágala perro y el regustillo de la sodomía estatal es pura, angelical, virginal democracia.

Ahora, en broma y no hay mal que por regular no venga. ¡Y la gozada de dejar de escuchar por cuatro años el mantra de Venezuela! Puff, qué alivio.

Mi querido don Antonio, jacobino de pro y decano de los decimales. No se le ocurra a usted, maestro, levantarse de su sepultura para dar un garbeo por el ruedo ibérico. Iba a saber usted, sin casi sangre de por medio, lo que es helarse el corazón.

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