Ha cumplido un año el Consell del Botànic. Pese a ser la comunidad peor financiada, la valenciana es una de las pocas que consiguió aprobar su presupuesto anual e introducir normalidad en lo que había sido un prolongado ocaso de los dioses: en este año la Comunitat no ha retrocedido en ninguno de los indicadores socio-económicos básicos y se ha convertido en actor vivo en las referencias positivas de España. Que en un año se pase de las musas de la corrupción a la prosa de las partidas presupuestarias, escasas, pero regidas con rigor, ha servido también para establecer de manera perfilada las prioridades. Todo ello ha sucedido con dificultades, pues es difícil imaginar un Ejecutivo que haya tenido un horizonte concreto más complicado, marcado por la inestabilidad de dos elecciones generales y una interlocución gubernamental tan inamistosa. Es fácil decir que eso es victimismo: más difícil es demostrar que es falso. Este es el punto de partida del análisis. Que se haga tras los resultados electorales recientes complica la percepción. Pero merece la pena intentarlo sin excedernos en la vanidad pero, tampoco, con un falso sentido de la humildad inducido por un dócil análisis de esos resultados que parece ignorar que los números en la Comunitat Valenciana no difieren de la media española, por lo que extraer conclusiones directas asociadas a la gestión gubernamental parece tener poco sentido.

Como todo Gobierno, había que intentar llenar un cántaro con el agua de iniciativas y realizaciones. Lo malo es que el cántaro estaba roto, de tal manera que, por más trabajo que se desarrollara, buena parte del agua acababa vertiéndose sin utilidad. Sólo cabía una opción: tratar de reparar el cántaro, manteniendo unos niveles de agua suficientes para dar de beber a tanto anhelo existente y heredado. Hoy el cántaro está infinitamente mejor, su forma ya es perceptible. Agua aún falta, pero hay bastante para que nadie se muera de sed. Y puede beberse con confianza.

¿Supone esto que no se han cometido errores? Por supuesto que no. Algunos fueron de concepción, otros por ignorancia, alguno por estar sobrepasados por las dificultades encontradas. ¿Puede esgrimirse eso cundo estábamos avisados de lo que encontraríamos? Digamos que eso no es exactamente así. Sabíamos de la desdicha moral que el PP había infringido a las instituciones y pueblo valenciano. Pero nadie llegó a imaginar la extrema destrucción de las bases mismas de cualquier gobierno moderno. Fuera porque el caos asegura la vida de los fantasmas, fuera porque la arrogancia de algunos corrió pareja a la codicia de otros, el PP no llegó, ni en su agonía, a imaginarse derrotado y no pensó en el futuro. Excepciones hay, pero, en general, el legado «en B» del PP ha sido la ineficacia más palmaria, la incapacidad para rendir cuentas de su gestión, la destrucción sistémica de los mecanismos de control de la acción pública.

No es extraño que, con este panorama cada miembro del Consell se centrara en desescombrar su departamento: así lo exigía una urgencia que se evidenciaba en las agendas nuestras de cada día. Eso y alguna ignorancia procedimental han sido las fuentes mayores de nuestras insuficiencias: ahora estamos aprendiendo a domar las horas, trabajar en equipo, establecer lazos entre las diversas acciones y objetivos. Dice el clásico que el gobernante debe tener fortuna... y virtud para domeñar los giros inesperados de la fortuna. En esas estamos, luchando a brazo partido con la fortuna esquiva. Avanzamos y podemos rendir cuentas: la suma de logros es importante y otros quedan para fases ulteriores de la Legislatura, que no es de 12 meses sino de 48. Tengan calma los agoreros.

Lamento las críticas que debo seguir vertiendo sobre el PP. Obsérvese el discurso subyacente en la mayoría de sus intervenciones: su lógica moral descansa en tratar de demostrar que los actuales gobernantes «seríamos capaces» de ser tan equívocos como ellos lo fueron; a esa bandera se agarran ante el menor asomo de impureza, tratando de convertir el error en inmoralidad.

La mayor aventura de la inteligencia del PP consiste en transformar «Botànic» en «Titánic», y así lo repiten, ufanos de su chiste. La primera vez que lo escuché me pareció ingenioso. Ahora me alegro cada vez que lo oigo: informa de la oscura percepción que de sí mismo tiene el: si nosotros, el Botànic, somos el Titánic, ¿qué serán ellos? No es difícil de imaginar: un iceberg frío, inercial, navegante de la noche. Pura negatividad: con la única misión de propiciar nuestro hundimiento, tenga el precio que tenga para las personas que no pudieran ser rescatadas.

Así que, pese a tan venturosa humorada y a nuestros propios errores, el Botànic se afianza como referente. Botànic incompleto, quizá. Botànic que, probablemente, se centró en demasía en los «qué» y poco en los «cómo», pero que permite entender las prioridades y trazar caminos. Y como engranaje esencial, el acuerdo de dirección entre Puig y Oltra y un mestizaje capaz de superar los retos de lo cotidiano. Jueguen algunos a descubrir grietas, pero el Botànic, a través de un acuerdo entre partidos, expresa la necesidad de descubrir nuevos dispositivos de diálogo ante la complejidad económica, social y política: la salida del bipartidismo se está haciendo sin costes en una gobernabilidad que dirige una salida de la crisis con rostro humano.

Conclusión positiva en lo que afecta a la estructura básica de la acción más allá de los accidentes en decisiones puntuales. Conclusión que exige honestidad. Conclusión que aprecia indicios de estar entrando en una etapa nueva. La dispersión de políticas podrá encontrar nexos de unión en torno a: A) La alianza con sectores sociales que se irán reconociendo en las acciones de gobierno. B) La construcción de la cohesión social, cultural y territorial. Para ello nuestros Grupos Parlamentarios tendrán que realizar un trabajo creativo. Los partidos deberán constituirse en retaguardia activa. La sociedad civil progresista deberá ser generosa y paciente. El objetivo, ahora, es desplegar el programa reformista.

Ese es el balance principal de este año: hay cimientos nuevos, suficientes como para que podamos dejar de mirar al pasado y empezar a ilusionarnos con el futuro. Incluso contra las tristezas del momento, es posible erigir la prudencia de una estrofa de Kavafis:

«Teme, alma mía la grandeza.

Y si no puedes vencer tus ambiciones,

con cautela y precaución secúndalas.

Cuanto más adelante vayas,

estate más atenta y avisada».