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De nuevo Pepe Blanco

Hace ahora treinta años, recién titulado, tuve que proyectar un edificio que quería que fuese sólido y sobrio pero refinado. Lo quería de ladrillo visto y que éste y su llaga fuesen del color amable de la tierra, y su aparejo sencillo y muy bien hecho. Y lo quería así porque lo había visto en un edificio que reunía esas cualidades. Pero no sabía dónde encontrar aquel ladrillo ni cómo amorterarlo con el acierto de aquel que tanto me gustaba. Así que pregunté por el vecindario hasta dar con el nombre del arquitecto autor y le llamé.

Respondió a aquella llamada alguien que me atendió largo rato y que, con un saber de oficio excepcional y con una amabilidad de la buena -la natural- me dedicó casi una hora de charla en la que aprendí mucho de ladrillos y arcillas, de realidades de puesta en obra, de morteros, colores y texturas... Todo ese rato me lo dedicó sin conocerme y así, tal cual, como un espléndido regalo.

Aquella conversación tuvo muchas cosas buenas, y la mejor fue que cuando días después conocí en persona a Pepe Blanco -al encontrarnos en la sala del Colegio de Arquitectos- fuésemos ya, de algún modo, casi amigos. Y es que era fácil ser amigo de Pepe, él lo ponía ya de entrada casi todo, era suficiente con dejarse llevar. Dejarse mecer por su siempre agradable compañía, por su confortable tono de voz, por sus comentarios sagaces e inteligentes y tantas veces imprevisibles, por su buen humor. Por las ocurrencias sorprendentes de alguien que sentado en un lugar no necesariamente cómodo -el borde de un muelle, una roca junto al mar o la borda de una pequeña embarcación, por ejemplo- mirase las cosas desde una perspectiva que tú no tenías y así te las hiciese saber o descubrir de nuevo.

Es ese punto de vista privilegiado, del que mira desprejuiciado, con calma y tiempo para enfocar la mirada, dispuesto a disfrutar con lo observado por simple (y por ello) que fuera, el que permitió a Pepe animar desde un segundo plano cualquier conversación, afianzar siempre cualquier relación y, en último caso, poder representar la realidad del modo personal, inspirador, conmovedor muchas veces y embriagador otras tantas que muestran mejor que nada los muchos y muy diversos dibujos y pinturas que pudimos contemplar el pasado miércoles en la inauguración de la espléndida exposición que se exhibe en la Lonja del Pescado de Alicante.

Ese día, Pepe, de nuevo, volvió a invitarnos a mirar una realidad que está ahí, con un valor extraordinario, y que no vemos hasta que él la traza y colorea. Y volvió también a demostrarnos lo que ya tantos sabemos: que hace falta un espacio mucho más grande que la sala de la Lonja si se quiere juntar a todos los que tanto le quisimos en el tiempo que pudimos compartir un poco la vida y el mundo con él.

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