Quizá una de las diferencias más determinantes entre el pensamiento occidental y el oriental, gira en torno al control que pretendemos ejercer sobre todo cuanto nos rodea. Por una parte, en las enseñanzas de Siddhartha Gautama (Buda) se prioriza la aceptación de los hechos tal y como vienen. «Las cosas son lo que son», nos dice.

Por otra parte, a este lado del meridiano, pretendemos que los acontecimientos sucedan como nosotros deseamos. Nos dejamos en ello una cantidad valiosísima de energía, y el hecho de no lograrlo nos genera grandes dosis de frustración, lo cual, poco a poco, nos va oscureciendo.

De nada nos sirve, según las enseñanzas budistas, compararnos con los demás o envidiarles, puesto que el objetivo no es lograr más éxitos que ellos. En realidad, todo depende de cómo interpretemos cada hecho. Por eso, «si crees que tienes un problema, tienes un problema». Ciertamente, un fracaso también puede interpretarse como un reto motivador.

En muchas ocasiones, por miedo (que es lo contrario al amor) tratamos de manipular a las personas y acontecimientos con tal de que se acomoden a nuestras expectativas. Pero cada uno somos de un modo, tomamos nuestras propias decisiones, -acertadas o no-, y eso es algo en lo que el otro no puede intervenir.

De hecho, el único cambio posible es el propio, y sólo sobre nosotros mismos tenemos derecho a ejercerlo. Como describe el poeta mexicano Octavio Paz, amante de la doctrina budista, el camino y el tesoro, se encuentran dentro de uno mismo. «La iluminación no se trata de volverse divinos. En cambio, se trata de hacerse completamente humanos... Es el final de la ignorancia».

De forma similar, el escritor Eckhart Tolle, se refiere a ese mismo estado de iluminación como «el fin del sufrimiento». Según Tolle, el verdadero obstáculo para experimentar la realidad, es que nos identifiquemos con nuestra mente. «Pensar se ha vuelto una enfermedad». Y añade: «También te das cuenta de que todas las cosas que realmente importan -la belleza, el amor, la creatividad, la alegría, la paz interior- tienen su origen más allá de la mente. Entonces comienzas a despertar».

Para las personas occidentales es verdaderamente difícil aprender a soltar. Desligarse de la inalcanzable fantasía del control. Creemos que tenemos las riendas del carruaje en el que viajamos, pero no es así. Sin embargo, eso no implica que vayamos a perdernos. Dejémosle a la vida hacer su trabajo. Cantaba el vasco Mikel Laboa: «Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no habría escapado. Pero así, habría dejado de ser pájaro. Y yo... yo lo que amaba era un pájaro».