Las peores predicciones se cumplieron. Los británicos han decidido salir de Europa; no es que estuvieran muy integrados, pero bueno, tenían una especial relación con la Unión Europea. Pero las cosas no han ido como se prefería. La misma Europa se ha ido orillando a partir de la crisis económica que venía de EE UU hacia posiciones neoliberales cuyas consecuencias aún las estamos padeciendo. Y en la aplicación de este programa ha estado su mayor error. Demasiadas desigualdades, demasiada ruptura del Estado del Bienestar, demasiada pobreza, demasiadas pérdidas de derechos laborales y humanos, demasiada xenofobia. Europa ha mostrado a través de sus dirigentes poca inteligencia y menos imaginación a la hora de solucionar los problemas. Ha estado demasiado dependiente de las soluciones monetaristas y financieras y de los intereses de alemanes y franceses, de la banca sobre todo. Así el proyecto europeo ha producido más sufrimiento para la gran mayoría de europeos que beneficio. No es de extrañar que en muchos de los países integrantes se hayan oído voces de descontento, de querer salir de Europa. Bruselas se ha mostrado demasiado ineficaz y pesada, como una vieja máquina, para resolver nuestros problemas. Excesiva burocratización y demasiada falta de inteligencia y de valía de sus dirigentes.

La salida de los británicos es una llamada a la reflexión. Así no vamos juntos a ninguna parte porque solo una parte de la sociedad soporta los problemas y su solución, aunque hayan sido los bancos y los políticos los que los han creado. Para que otros no tengan problemas económicos, nosotros nos vamos empobreciendo a marchas forzadas. Demasiado evidente para que cuele. O Bruselas aprende la lección o este brexit solo será el primero. En varios países se oyen voces de descontento. Bien es verdad que esas voces proceden de partidos extremistas, especialmente de derechas. Pero no desesperemos; pronto se extenderá el descontento a más amplias capas y a otros partidos no extremistas. Y entonces lamentaremos profundamente no haber visto los problemas ni su solución y reprocharemos el empecinamiento con que se aplican las fórmulas neoliberales de las que ya huyen hasta sus propios creadores por su rigorismo económico. No siempre la desregulación, en este caso de los mercados, implica mayor progreso ni más libertad de elección, como se demuestra diariamente en todo el orbe económico.

En nuestro país las políticas económicas del PP, que no son otras que las impuestas por Bruselas, nos han llevado a problemas estructurales graves, a la huida de nuestros mejores jóvenes a otros países con más recursos, a la pobreza de muchos conciudadanos, a los empleos precarios, a la pérdida del músculo social, la famosa clase media, y al enriquecimiento de unos pocos, que cada vez aumenta de forma un tanto curiosa. El dinero es como el agua embalsada; si tú te apropias de ella, tú te enriqueces, pero a mí me queda menos, tengo menos recursos y me empobrezco. Hasta las pensiones están en riesgo. El afán recaudador del Estado choca frontalmente con la manía neoliberal de que nada dependa de sus arcas. Es una contradicción en la que salimos perdiendo los trabajadores. Pero ese dinero recaudado sirve para satisfacer las miserias y ambiciones de los políticos de turno; no se emplea en nuestro beneficio. No nos engañemos, o se corrige el rumbo que hasta ahora ha llevado la economía o nos saldremos de esta Europa de nuestros problemas o, quién sabe, lo arreglamos con otra revolución. Y entonces será peor. Pero nos lo habremos ganado a pulso. Nosotros mismos.