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Matías Vallés

El PP despega, con o sin Rajoy

El 26J, colas en las urnas. El 27J, colas en los cajeros. Esta concatenación de miedos es la única atenuante para los institutos de sondeos, una vez que las elecciones han derrotado de nuevo a las encuestas. Para rebajar en algún grado la euforia popular, y gracias a las expectativas fallidas, se contempla como un éxito que el PP se quede con medio centenar de escaños menos que hace solo siete meses. Así se desprende de los datos aportados por Jorge Fernández Díaz.

A su favor, el PP es el único partido que ha mejorado su cosecha desde diciembre. Por lo tanto, los populares despegan hacia un nuevo mandato en la Moncloa. Dando por sentado el respaldo de la treintena de diputados de Ciudadanos, se queda a solo siete votos de la mayoría absoluta de 176. Paradójicamente, la única incógnita reside en saber si Rajoy pilotará este nuevo mandato. El presidente en funciones continuará si la formación de Albert Rivera se apea de su exigencia de sustituirle, antes de sellar una alianza. El aumento de catorce diputados contribuye a expiar las culpas del presidente en funciones, pese a que Rajoy ha obtenido consecutivamente los dos peores resultados del PP en toda su historia.

La hipótesis de un pacto de izquierdas queda arrinconada por una doble vía. Cabe considerar en primer lugar los cinco diputados perdidos por el PSOE, en lo que supone su tercer retroceso ininterrumpido hasta cifras anémicas, encogen la hipotética suma con Podemos por debajo de los 160 diputados. Se puede recurrir a otras fuerzas para equilibrar las bazas conservadoras, pero al PP sigue bastándole prácticamente con Ciudadanos.

En segundo lugar, la animadversión personal entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias cancela prácticamente un acuerdo. Si ya fue imposible que coincidieran cuando los resultados de diciembre asfaltaban una autopista a La Moncloa, los datos de anoche favorecen una estampida. Ni siquiera queda claro que ambos puedan mantenerse al frente de sus formaciones respectivas cuando afloren las secuelas del 26J.

Al no lograr que la realidad se ajustara a sus pronósticos, las encuestas consiguieron que sus pronósticos moldearan la realidad. Mariano Rajoy debe una parte de su actual pujanza a la comparación con la suerte que se le había anunciado. De acuerdo con la doctrina Cameron implantada el pasado viernes, el presidente popular sería el único candidato a las elecciones de ayer con la continuidad garantizada. Sin embargo, incluso el presidente está sometido al arbitrio de Ciudadanos.

La precariedad de las opciones del PP ha de servir para amortiguar la sentencia que se precipitó anoche sobre los partidos emergentes. Tanto Ciudadanos como Podemos descubrieron ayer que ninguna progresión es indefinida. El primer contacto con sus límites no oculta sin embargo que suman más de un centenar de diputados. Pese a la decepción, son indispensables en la investidura y en la continuidad de la legislatura. En la mejor hipótesis para su futuro, Rajoy comprobará las diferencias existentes entre un Gobierno con mayoría absoluta y un ejecutivo que ha de recabar casi cuarenta apoyos externos en cada votación.

La doctrina Cameron obliga a la dimisión inmediata de Sánchez. Así como el PP salva temporalmente los exagerados rumores sobre su extinción, el PSOE mantiene un generoso declive. No dispone de ninguna cifra bajo la cual guarecerse. Ha quedado inutilizado para reanudar su conquista de La Moncloa. Así como Rajoy se ve favorecido por la mejoría de sus resultados, el secretario general socialista se ve infamado a perpetuidad como el político que renunció a ser presidente del Gobierno.

Si Sánchez ha agotado las posibilidades de la izquierda, y anoche solo podía escudarse en la historia centenaria de un partido que ha llevado a la bancarrota, a Albert Rivera también le sobran los motivos para sentirse incómodo de acuerdo con la doctrina Cameron.

El zigzagueo de un partido recién llegado resulta inevitable. Cuando UPyD lograba cinco diputados se hablaba de alternativa, y Ciudadanos conserva 32. Sin embargo, suponen un descalabro no solo respecto a los 40 anteriores. También alejan a la formación de Rivera del cuarteto de partidos que interpretan la sinfonía estatal. Es el único de los grandes que no llega ni al quince por ciento de representación.

En Ciudadanos se eleva por tanto la figura de Inés Arrimadas, que puede presumir de haber obtenido mejores resultados en las catalanas que su teórico jefe de filas en las estatales. Un candidato emergente que pierde un veinte por ciento de sus escaños debe marcharse. Sin embargo, el papel decisivo de Rivera puede llevarle a la tentación de acomodarse a ministro en un gabinete conservador. En tal caso, recordaría a otro incidente de la política inglesa, la entrada de los Lib Dem en un gobierno conservador para ser fulminados a la siguiente cita electoral.

Pablo Iglesias ha generado una atención mayúscula en sus sucesivas reinvenciones. La alianza con IU ha resultado infructuosa en el mapa del Congreso, y no ha materializado el sorpasso al PSOE que otorga un hálito de vida a Pedro Sánchez. De nuevo, el agrandamiento de la catástrofe bipartidista en ciernes impide apreciar las cotas alcanzadas por un batallón de descamisados sin estructura. Menospreciar sus 71 diputados equivale a ignorar la larga duración de una legislatura.

A menudo, los líderes de Podemos se apoyaron con más fuerza en su leyenda que en las propuestas que debían encumbrarlos. También han pagado el contacto con la realidad de la gobernación cotidiana, a través del apoyo a gobiernos autonómicos de izquierdas. Sin embargo, su pujanza en zonas trascendentes como Cataluña no es desdeñable. Su cantera de líderes también supera ampliamente a ciudadanos. Solo Iglesias puede decidir si se le aplica la doctrina Cameron.

De forma enrevesada, el PSOE pierde la presidencia del Gobierno que pudo obtener hasta el último momento. Las elecciones han reventado las reglas de la política. Sin embargo, el elector no suele premiar a quienes se acobardan en el instante decisivo. De ahí el desastre de Sánchez.

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