Se están produciendo recientemente preguntas aclaratorias sobre el papel de la mujer en la Iglesia. Hace poco, en una audiencia pública, se le hizo al Papa Francisco, esta pregunta: «¿Qué impide a la Iglesia incluir mujeres entre los diáconos permanentes, de la misma manera que ocurría en la Iglesia Primitiva? ¿Por qué no crear una comisión oficial que estudie el tema?» El Papa, Francisco, respondió con claridad y afecto: «Me gustaría establecer una comisión oficial, que estudiara el tema. Creo que sería bueno para la Iglesia aclarar este punto. Estoy de acuerdo y voy a hablar para hacer algo de este tipo». Ya se están dando aclaraciones históricas sobre el papel de la mujer, que ha estado desempeñando en las distintas épocas de la Iglesia. Sobre todo, estoy con los hechos de la primitiva Iglesia. San Pablo, en Rom.16, 1-2, habla de la mujer Febe como «diácono» («servidora») de la Iglesia de Cencreas (Puerto de Corinto) y «benefactora» de muchos, incluso del mismo Pablo: Posteriormente se habla de las esposas «diáconos» («servidoras») de los hombres diáconos. Clemente de Alejandría dice que algunos apóstoles tomaban a algunas mujeres como «diaconisas» para que anunciaran el Evangelio en las propias casas de mujeres. Orígenes, autor alejandrino, comentando a San Pablo, dice que las mujeres también están constituidas como «ministerio» de la Iglesia. Así podemos ir repasando los numerosos siglos primeros y parte de los siglos medievales, sobre todo de las Iglesias Orientales, en que se repiten las mismas afirmaciones sobre las «mujeres diáconos». En la Iglesia de Occidente no se ha mantenido esta consideración sobre el «diaconado» de las mujeres. La palabra «diácono» de Oriente se ha interpretado como «servicio» religioso, no como «sacramento». Por eso, el Papa, Francisco, ha pedido que sería bueno para la Iglesia que aclarase este punto. «Voy a hacer algo en este sentido».