De la salida del Reino Unido de la UE cabe extraer algunas enseñanzas. De los datos que se van conociendo sobre la composición sociológica de los sostenedores del Brexit, se deduce sin error posible, como ya ocurriera en su día en países como Holanda y Francia con motivo de los refrenda para la ratificación del Tratado Constitucional, la confluencias de los sectores conservadores más ultranacionalistas con los nuevos populismos que, oportunamente, han aprovechado la ocasión. No es nada nuevo, porque por desgracia, en el estado de confusión en que se encuentra Europa, a raíz de la crisis, hay que temer que esta hoja de ruta continúe adelante, amenazando con enterrar el proyecto europeo. Como contrapunto, saludo esperanzado a los millones de jóvenes británicos, desolados y desconcertados, que se han manifestado en la redes quejándose, con razón, de que se les ha arrebatado el futuro.

No se puede pasar por alto, sin embargo, las lecturas que se hacen desde fuera, por ejemplo, desde España, entre los diferentes partidos que se presentaron ayer a las elecciones. En el caso de Podemos y las llamadas confluencias, donde se dan cita formaciones claramente antieuropeistas que tienen como objetivo sacar a España de la UE, se atribuye el resultado de la votación al rechazo del pueblo británico a las políticas neoliberales aplicadas desde la UE. Pero este relato es falaz, no sólo porque oculta cuál ha sido la trayectoria del Reino Unido en la UE, sino porque no se atreven a decir que la palanca que ha movilizado a los partidarios del Brexit no es más que el miedo propagado por el ultranacionalismo frente al inmigrantes y desplazados (el voto del miedo), así como las mentiras demagógicas de que han hecho gala. Cuando oigo predicar al señor Anguita sus estrafalarias ideas sobre Europa, a que nos tiene acostumbrados, pienso que si el viejo Marx levantara la cabeza vomitaría su nombre y le haría objeto de un serio repaso. Esto no quiere decir que la UE no necesite cambios en su estructura, en sus políticas y en su compromiso democrático. Pero la solución no es menos Europa sino más Europa.

Con el ultranacionalismo rampante como telón de fondo, es un serio problema que fuerzas que se dicen de izquierda, pero que no son más que mera copia de viejos populismos, insuflen aire a las banderas para acercarse, según ellos, al pueblo y a sus justas reivindicaciones; hay un cierto aire enrarecido que recuerda postulados franquistas, excepto que, para Franco, España era una, grande y libre, y ahora estos remedos visualizan unas cuantas naciones más, a las que pretende guiar, mediante los correspondientes refrendos, en su debido tiempo administrados, a la tierra prometida. Nunca la izquierda, la verdadera, ha trabajado para desunir, sino para unir; solamente los partidos comunistas europeos (hasta la llegada del eurocomunismo, y no en todos los casos) eran partidarios acérrimos de romper el proyecto europeo, acatando servilmente los mandatos de la entonces Unión Soviética.

Sea cual sea el resultado de las elecciones de ayer, la cuestión europea debe figurar en el primer plano entre las preocupaciones y las esperanzas de millones de españoles y españolas. En esta campaña electoral donde ha brillado por su ausencia todo lo que no sea cálculos y estrategias de vuelo corto de cara a ocupar la Moncloa, hay que esperar que el gobierno progresista que España necesita no ceda a la tentación de resucitar los viejos demonios, sino a trabajar desde el supuesto de que, sin más Europa, no hay futuro.