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El desencanto

Hay veces en que la rabia no te deja ver el bosque, en que el mundo, tal y como lo tienes asimilado es un calcetín contorsionista, que los esquemas se derrumban y los palos del sombrajo te caen encima con estrépito.

Somos una sucesión de sombras, retales del pasado hilvanados con los hilos del hastío y la decepción, microorganismos llenos de ruido, de furia y de soberbia, arrogantes hijos de la nada.

Jaime Chávarri filmó «El desencanto» en 1976. La película es un monumento a la decadencia. Leopoldo Panero, poeta falangista e icono del régimen, deja a su muerte en 1962 en una casona solariega de Astorga, un montón de escombros. Su viuda, Felicidad Blanc, y sus hijos, Juan Luis, Leopoldo María y Michi, escritores los tres hacen un repaso descarnado de lo que podía haber sido un mundo feliz y sólo fue una mascarada. «Éramos tan felices» dice Michi Panero con la careta de la ironía y una tristeza precoz en la cara. Los desencuentros, los despropósitos, los desafectos, la crueldad campan por la cinta entre copas de licor, humo rancio y el libro del desasosiego escrito en blanco y negro, un blanco y negro que sube por los muros desconchados como hiedra o como bilis. Águilas de blasón carcomidos, arrogancia destartalada y lo grotesco sobre campo de gules. Todo un símbolo de la decadencia de unos valores burgueses cimentados en la hipocresía y en la mentira.

Hay veces en que la decepción y el desconsuelo no son sino un muy digno acicate para aprender. Alzarse de la ruina te hace más fuerte y sobre todo más cauto. Hay personas cuyo deporte favorito es matar ruiseñores, cuya sonrisa es un arma helada y sus intenciones un misterio insondable.

Leopoldo María Panero el mediano de los hermanos y el más tocado por los traumas empezó temprano a coquetear con la locura. Es posible que se le fuera la mano en el juego del malditismo. El enfant terrible de los Nueve Novísimos escribió toda su obra en manicomios. Creo que el manicomio se convirtió en un refugio, una suerte de útero materno en cuyo líquido amniótico se movía como pez en el agua y en donde escribió una de las obras con más fuerza expresiva del panorama poético contemporáneo.

Hay veces en que el desencanto, la traición, la puñalada trapera son perfectos aliados para alcanzar la grandeza y Leopoldo María Panero era muy grande, un ruiseñor, enorme, loco e inmortal.

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