En estos momentos de imposturas identitarias la verdad y los hechos que se le anudan tienen que resplandecer. En política no puede valer todo para conseguir «poder». Y no puede ser éste un simple dicho sino una afirmación tajante. Todos -o una gran mayoría- compartimos la necesidad de un cambio real en la gobernabilidad de España. Pero una cosa es compartirlo y otro cosa es intentar arrinconar espuriamente a una opción socialdemócrata real que ha alzado a España a cotas nunca antes conseguidas.

Hay mucha gente incrédula que, ante la necesidad, se viene en asir a un clavo ardiendo. Y es comprensible. Cómo no vamos a entender esta situación de urgencia social. Y hay que atajarla, siendo una de las primeras actuaciones legislativas. Pero no se olvide nunca que los cantos de sirena son eso: cantos de sirena. Porque luego hay que bajar a la arena, y eso se llama gobernar para la mayoría de este país, te hayan o no votado. Porque no puedes ser sectario. Porque te vas a dar de bruces contra la realidad más cruda. Y esto se escenifica en una expresión que te da la experiencia: siempre la necesidad es infinitamente superior a la capacidad de domeñamiento sobre la misma. Y esto no se puede ocultar. Y puedes originar la frustración a las primeras de cambio.

Hay muchos profetas políticos que repudiando el sistema -como si fuera la bicha, cuando los apestados son básicamente los sujetos-, lanza los mensajes apocalípticos que se anudan a una nueva «recreación del mundo». Como si la mayoría de ciudadanos estuviéramos conformes con el cienagal que nos circunda. ¡Claro que no! Pero se yerguen como los únicos defensores, y para ellos se propende propagandísticamente a la ruptura del sistema, que tanto nos ha costado levantar. Se equivocan. España necesita muchas reformas, claro que sí. Y en muchos ámbitos: en el sistema judicial, en la regeneración democrática, en las mismas instituciones, en nuestra legislación electoral, en nuestro sistema sanitario, en nuestro modelo educativo, etcétera. Claro que sí. Repito: Sí, con mayúscula. Pero hay que hacerlos desde la mesura, desde la objetividad, sin meter miedo a nadie, sin ningún revanchismo, pensando en el interés general. Y esa atalaya la procura la socialdemocracia.

Y es evidente que Rajoy, con su partido conservador, debe pasar a la oposición durante unos años hasta que se produzca una regeneración con nuevos líderes que abominen la corrupción en cualquier espacio público y allende.

Se ha de señalar -para refrescar la memoria de mucho olvidadizo- que los avances sociales en este país nuestro que llamamos España, se han conseguido gracias a la socialdemocracia que ha estado siempre representada por el socialismo democrático. A ese que llaman de la «cal viva», actuando como presidente de Gobierno, puso en marcha en este país todo el desarrollo del sistema constitucional libertario, asistencia sanitaria para todos, las pensiones no contributivas, la inserción en la Europa comunitaria (antes CEE), el desarrollo de una política exterior avanzada. Otro presidente socialista que le llamaban «bambi» -y que ahora desde el populismo le señalan como el mejor presidente de la democracia, obviando con aviesa intencionalidad a Felipe González-, hizo un desarrollo extraordinario sobre las libertades y derechos sociales, tan trascendentes como la ley contra la violencia de género, la ley de igualdad efectiva entre hombre y mujeres, el matrimonio entre personas del mismo sexo, una ley sobre el aborto avanzada y homologable internacionalmente. Y claro que ha habido errores. Pero en la mochila del socialismo hay muchos más aciertos. La razón fundamentativa es la existencia de cuadros, ideas y proyectos, a lo que se le anuda una actitud: la seriedad. Se trata de mirar a los ojos de la ciudadanía.