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Un síntoma de debilidad

Hubo un tiempo en el que los «paseos» de ministros y cargos que aterrizaban desde Madrid para pisar el territorio eran sinónimo, en todos los casos, de tener influencia en La Moncloa. Con ese viejo axioma como credo, el PP se ha decidido a reforzar el último tramo de su campaña en la Comunidad a la antigua usanza. En Alicante ya tiene el flanco cubierto con José Manuel García Margallo, el ministro de Asuntos Exteriores que, entre otras funciones, ejerce como cara visible del Ejecutivo en un momento delicado para Europa cuando se decide sobre la continuidad del Reino Unido en el proyecto de la UE pero también como referente a la hora de airear la situación por la que atraviesa Venezuela, que los populares comparan directamente con el futuro que le aguarda a España en el supuesto de que se eche a los brazos de Pablo Iglesias.

Pero en Valencia, sin embargo, la lista del PP al Congreso está huérfana de personalidades. Así que a poco más de 72 horas de votar, los populares han intentado cavar también una última trinchera defensiva a la vista, de acuerdo con los sondeos, de que peligra la victoria que sí consiguieron en diciembre. Necesitan frenar a la izquierda cuando, por vez primera desde hace 23 años, el PP podría perder su hegemonía electoral frente a la coalición progresista impulsada por Compromís, Podemos y EU con Mónica Oltra como cabeza visible de la operación. La cúpula popular, conforme a esos viejos esquemas, se trajo ayer a dos de los ministros con los que puede remover heridas de las que, en principio, pueden sacar una mayor tajada electoral en unos comicios con un resultado que podría decidirse en la Comunidad por apenas un puñado de papeletas.

Llegó hasta el «cap i casal» el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, que, como dueño de la caja de caudales, se sacó de la manga un aguinaldo de campaña para agasajar al Consell: casi mil millones en liquidez para pagar facturas pendientes de proveedores. Otra inyección del Fondo de Liquidez Autonómica que engrosa la deuda de la administración autonómica y que avala las tesis del Consell: Madrid reparte en función de puro interés político. Montoro lleva meses bloqueando las entregas de dinero a la Generalitat. Y la transferencia de parte de esas cantidades que el tándem formado por Ximo Puig y Oltra reclamaban, casualidades de la política, viene a engrosar las arcas autonómicas en vísperas de unas elecciones claves para el PP. Pero, además, también se sumó a la campaña de Isabel Bonig -jugándose más de lo que parece el próximo domingo en unos comicios que miden la credibilidad de su liderazgo- el Ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, con el objetivo meridiano de intentar «pescar» votos en el caladero de los colegios concertados, una bolsa agitada desde las filas del PP como un conflicto ideológico para intentar desgastar al Consell y volver a sumar a una serie de colectivos que la formación considera afines.

Todo eso, quizá en otra época y como ya se ha citado, se hubiera interpretado como capacidad de influencia en Madrid como cuando Mariano Rajoy se juntaba fin de semana sí y fin de semana también con Francisco Camps, su gran valedor en los tiempos en los que el ahora presidente del Gobierno coleccionó dos derrotas electorales frente al socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora, sin embargo y en las actuales circunstancias, este desembarco de última hora del PP sólo se puede valorar como un gesto de debilidad para tratar de evitar que el ascenso de la coalición formada por Compromís-Podemos-EU acabe arrastrando a los populares a la segunda posición. Hay incertidumbre y temor en las filas del PP ante la posibilidad de que se pueda producir ese resultado, que complicaría, desde luego, la renovación interna del partido en la Comunidad, especialmente, en el supuesto de que, además, los populares se pudieran quedar fuera también del Gobierno de España.

Y no se queda ahí la cosa, Rajoy protagonizará mañana uno de los grandes actos de cierre de campaña en Valencia, donde está en juego, como en Alicante y también en Castellón, un escaño para el PP, que se ha marcado el objetivo de llegar al menos a 130 para intentar negociar la posible investidura de un candidato -sea Rajoy u, ojo, otro dirigente del PP como el propio Margallo para un gobierno de transición con dos años de mandato- en mejores condiciones. Por ahora, la Comunidad y la provincia, como deslizó ayer Íñigo Errejón en Alicante, son la metáfora de España: con el PP transmitiendo temor y con el voto útil de la izquierda sumándose en las listas impulsadas por Compromís y Podemos frente a unos socialistas que intentan, quien lo diría, sobrevivir.

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